Es cierto que la celebración religiosa de la Nochebuena ha transitado hacia una vestimenta puramente comercial. Es cierto que muchos de los sentimientos y emociones que se expresan en estos días tienen cierto sabor acartonado, convencional, exigencias de un guión social. Es cierto que muchas familias se reúnen sin sentir en el fondo mas que la necesidad formal de reunirse. Pero es igualmente cierto que existe un mundo diferente, de vivencias y sentimientos preñados de realidad. Aquella mañana del día 24 de diciembre de 1994, al abrir la ventana enrejada de la celda y sentir el aire gélido tropezar con mi cuerpo mientras mis ojos comenzaban a acostumbrarse a la crueldad estética de los alamabres de espino, aquella mañana entendí, sentí, viví por unos instantes que esos sentimientos también pueden ser verdaderos, esas emociones auténticas, esas sesiones de verdadera hermandad, a condición de que seamos capaces de abrir verdaderamente eso que llamamos corazón. Cierto es que no se necesita una nochebuena para que todo ello aflore desde dentro de nosotros, pero tampoco debemos desdeñar la importancia de una fecha, porque el 22 de diciembre se celebra un hecho tan real como cargado de simbolismo: los dias comienzan a ser mas largos que la noche, la luz mas potente que la oscuridad. Aquel dia de Nochebuena de hace quince años, rodeado de prisión por todos los costados, me refugié en esa esperanza, en la libertad interior que nadie encarcela, salvo uno mismo. Quince años después entiendo por experiencia que la dignidad solo habita en el campo de la libertad y que la viceversa es igualmente exacta. Eso os deseo a todos.