¿Hablamos de Dios? (Adolfo Yáñez)

Hubo un día en el que el hombre, sorpresivamente, despertó a la luz de la razón. Se desperezaba de una larga noche de evolución lenta y de ruda animalidad. Tenía escrita en sus carnes la historia del universo, pues era un compendio de cuanto en el universo había ocurrido desde la misteriosa singularidad del big-bang hasta al milagro portentoso de la formación de los cerebros y, en los tuétanos de aquel ser con rasgos simiescos que entraba en los umbrales del raciocinio y de la idea, existían huellas indelebles de partículas subatómicas y de galaxias. Por sus venas circulaban ecos de monera procariota nacida en los mares hacía tres mil ochocientos millones de años junto a reminiscencias de la magna explosión de vida que tuvo lugar en la tierra durante el período cámbrico, pero, aunque el ayer seguía poseyéndole y en su masa encefálica guardaba aún rastros de reptil y nubes de inconsciencia, ¡se abría al espasmo de lo consciente, tras esa prolongada noche de física y de azar de la que llegaba!

Para el hombre, dormir en las sombras del tiempo no fue sinónimo de inactividad, ya que, mientras duró su sueño, alcanzó paulatinamente el latido, la vertebración, la sangre caliente, la mano prensil, la locomoción bípeda y la visión estereoscópica. Hace sólo sesenta y cinco millones de años era un pequeño mamífero que sobrevivió a cataclismos que aniquilaron a los dinosaurios y que él aprovechó para encontrar espacios en los que perfeccionar su lento caminar por la senda evolutiva. A base de mutaciones, se presentó en la categoría de los primates y acabó deambulando con torpe gesto y rústicos andares por glaciaciones y derivas continentales, por plegamientos montañosos y refugios de cueva, por anchas sabanas y fertilidades de humedal.

Alcanzar la luz de la mente no le trajo sólo dicha. Le asaltaron de inmediato los porqués y los miedos. Percibió que era contingente e iba a morir. Vio a otros seres en torno a él cuyo origen se cuestionó y se cuestionó también, por supuesto, su propio origen y su destino final. El dual y contradictorio mundo en el que se halló (hermoso y duro, plácido y cruel) le lanzó al rostro mil preguntas a las que no supo responder: ¿Por qué el trueno? ¿Por qué el recental y el niño, los pimpollos y el anciano, la lluvia, los pájaros, el viento…, por qué? Más allá de los horizontes a los que alcanzaban sus ojos, ¿qué habría? ¿Qué esconderían las entrañas del mar, los confines del firmamento, la mueca rígida de la muerte?

Para materializar conceptos que su cerebro, torpe aún, digería con dificultad, resumió en símbolos cuanto él no sabía expresar y lo mucho que se le escapaba en sus toscas elucubraciones de antropoide recién llegado a la aristocracia del pensamiento. Aquel hombre no abandonaría ya nunca los mitos ni los símbolos, aunque, con el correr del tiempo, fueran símbolos y mitos que iban a evolucionar como evolucionarían el color de su piel, la fisiología de su mandíbula o la fonética de su garganta.

De la cueva familiar, pasó a la tribu y a una incipiente comunidad social. Fabricó toscas herramientas, cambió su vida nómada por un ordenamiento rudimentariamente urbano y luego, sin dejar de ser cazador, se enamoró de la fertilidad de la tierra, cultivando los campos y recolectando en ellos haces de espigas.

Los siglos volvieron a transcurrir. Siglos y convivencias acabaron trayendo a los poblados poetas, hechiceros, narradores imaginativos que se atrevieron a ofrecer una inicial explicación a los enigmas que no cesaban de horadar la mente de un pobre ser ignorante siempre y siempre débil, al que le seguían torturando múltiples preguntas. Por chozas y caminos, comenzaron a circular fábulas mitológicas que “resolvían” el Misterio con nuevos e infantiles misterios de factura humana. Pero, al fin, alguien daba una tímida respuesta a las incógnitas que se planteó aquel individuo desde el origen mismo de su consciencia.

¡Y se inventaron los dioses! Eran dioses humanizados, absurdos, que justificaban con diversas teogonías el propio absurdo de los asuntos de los hombres, dioses de voluntad tan antojadiza como el destino al que todo estaba subordinado. ¡La ciencia y el conocimiento empírico de las leyes que rigen el cosmos se hallaban tan lejos aún…!

Fue en Frigia, Asia Menor, donde apareció la primera divinidad con rasgos bien definidos y de proyección universal. En efecto, allí emergió de forma consistente la Gran Madre prehistórica, la «Magna Mater», como acabarían llamándola los latinos. Se trataba de Cibeles, máxima deidad del Medio Oriente antiguo porque existía por sí misma y porque ella alumbró, hipotéticamente, las plantas, los animales, los hombres y la pléyade infinita de dioses que vendrían después. Los frigios la habían extraído de antiquísimos cultos asiánicos con raíces neolíticas y, como idealización de la fecundidad, era el producto de una larga transformación de viejas creencias que acabaron coagulando con fuerza en los poblados hititas. De acuerdo con los atributos que se le otorgaban, Cibeles fue la creadora de los elementos esenciales: aire, tierra, fuego y agua. Personificó el inicio de todo, la causa de todo, el principio de todo lo existente y de todo lo imaginable. Muy al contrario de lo que han hecho las últimas religiones (que se complacen excesivamente con la idea de la muerte) la Cibeles frigia fue sinónimo de estallido vital, de entusiasmo y esperanza.

Montada sobre un carro al que arrastraban dos leones, a Cibeles se la representó con muy variadas manifestaciones iconográficas. Con velo, cetro y casco en forma de torre almenada o portando en sus manos la llave que abría las entrañas de esa tierra de la que brotaba la ansiada y ubérrima generosidad de bosques y cosechas. Aparecía, incluso, en paleolíticas estatuillas de barro a las que los arqueólogos dan hoy el nombre genérico de “venus”. Ella pasó a simbolizar la energía encerrada en la materia bruta, pues tenía poder sobre lo inanimado y sobre los dones de los cielos, sobre la feracidad del vientre de las mujeres o sobre el espíritu creador de los hombres. El culto, de tipo orgiástico, que le dieron los frigios se lo darían, igualmente, en otros pueblos y países, aunque en cada lugar la denominaran de forma distinta: Deméter, Rea, Semíramis, Vesta… Lo de menos fue su apelativo concreto, pues lo que importaba era el gozo órfico de la supervivencia y el anhelo de resurrección que Cibeles encarnó. A partir del emperador Antonino, tuvo ritos secretos, «misterios», que se transmitían sólo a los iniciados. La casaron con Cronos, soberano del mundo, y le asignaron multitud de hijos que iban desde el gran Zeus a divinidades como Titán o Saturno, convirtiendo en leyenda sus amores con un joven pastor, de nombre Attis, que por ella murió y al que Cibeles devolvió a la existencia metamorfoseado en pino. Glosaban, así, el eterno hecho de la vida que se extingue para luego resucitar y la cíclica llegada de la primavera que sale anualmente de obscuros letargos y nos regala plenitud de frutos y de luz.

Aquella mujer de la que nació cuanto existe, aquella causa primera de las causas, con la decadencia del matriarcado, acabaría convertida en varón, en demiurgo, en el gran andrógino, en el primer Motor Inmóvil, en Logos, en Cero e Infinito, en Numen Innombrable, en Geómetra-Arquitecto, en Abba, en Padre, en Dios… ¡Han sido tantos los nombres y tantas las historias que hemos inventado para explicarnos la esencia de esa enigmática matriz que todo lo engendra y de la que todo fluye! Luego, al mundo civilizado llegarían grandes religiones (budismo, confucionismo, hinduismo, jainismo, taoísmo, zoroastrismo, judaísmo, cristianismo, islam…) y, agazapadas en bosques y tribus o en rincones ignotos, otras innumerables sectas animistas y chamánicas, con dioses innumerables también como las arenas del mar, ofrecerían respuestas diferentes a las preguntas siempre iguales que han seguido haciéndose los descendientes del tosco antropoide que un lejano día despertó a la luz de la razón: ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde voy? ¿Qué sentido tienen las estrellas, y el gozo, y el dolor y el hombre que fue niño para un día envejecer y acabar atrapado por la decrepitud? ¿Qué se esconde más allá del horizonte de la vida y qué encontraremos al doblar la esquina de la muerte?

Queridos amigos que me leéis: Yo, como vosotros, soy hijo de aquel ser que un día se trepanó por primera vez las sienes con preguntas a las que absolutamente nadie ha encontrado respuestas definitivas y al gusto de todos. Mis respuestas personales son eso, personales. No pretendo imponérselas a nadie y creedme que no las considero mejores que las vuestras ni más respetables. Dejadme deciros, sin embargo, que, del largo elenco de dioses creados por los hombres, no me quedo con ninguno. Huelen demasiado a hombre. Les hemos dado voz y rostro. Les hemos pintarrajeado, les hemos colocado en posturas sedentes, subidos a montañas, ardiendo en zarzas, escondidos en olimpos o crucificados en maderos. Les hemos atribuido enojos y amores, papeles de juez o de padre, pasiones y ternuras… Es muy probable que, por este gigantesco caos de utopías y leyendas, el único Dios que se me antoja razonable se identifica con el Misterio (con mayúscula), con el Todo (con mayúscula), con lo Absoluto (con mayúscula), con lo Inefable e Intraducible (con mayúsculas), con mi humilde esperanza. Mi único Dios creíble está en dimensiones muy distintas a esta dimensión de pobre ser en la que busco, pienso y camino. Si las lombrices pudieran soñar con el Dios que las creó y que creó el humus en el que se mueven, ¿pensáis que inventarían alguno de los dioses que hemos inventado los hombres o inventarían dioses-lombriz? ¿Qué saben ellas y qué sé yo de los últimos porqués? ¿Qué sabemos nosotros de lo que no vemos ni conocemos? Como a la lombriz, ¿no nos faltarán ojos y capacidades para explicarnos lo que está en esferas ajenas a cualquier esfera humana? Hace tiempo que me limito a dejarme estremecer por el Misterio-Dios en el que habito y que habita en mis entrañas. A eso llego sólo, a dejarme inundar por el Misterio.

La ciencia, excepcional libro de la revelación del que ha de llegarnos en el futuro gran número de respuestas a incógnitas que hoy seguimos albergando, tampoco lo explica ahora todo. Sé que el libro de la ciencia es una obra incompleta, pero meticulosa, que la humanidad redacta pacientemente, una obra que no necesita dogmas que obliguen a cerrar los ojos y que somete cuanto afirma al contraste empírico de cualquier tiempo y de cualquier lugar, que no teme corregirse a sí misma ni mejorar, enriquecer y superar cualquier párrafo cuando se hace preciso. Por ella sabemos ya que estamos construidos con los mismos ladrillos del cosmos y que aquel mitológico sueño de ser parientes consanguíneos de los dioses y de estar hechos a su imagen y semejanza no fue más que un sueño; sabemos que nos hallamos a medio camino entre el átomo y la galaxia, que disfrutamos de consciencia, sí, pero que formamos parte de la naturaleza y de la verdad del universo.

¡El universo! Cuando pienso en su Arquitecto (sin definirlo ni humanizarlo ni “cosificarlo” ni darle otros atributos que el de Creador de lo que soy y lo que me rodea) sólo cuando pienso en el Gran Arquitecto del Universo, como ama definirlo la Masonería, me hallo tranquilo conmigo mismo y en posesión de la única fórmula que me parece válida para imaginarme esa “natura naturans” de la que procedo, ese Misterio que me envuelve y me fascina, que me estremece y que Cibeles encarnó entre las gentes de Asia Menor. Se trata de un Dios revelado a la humanidad entera y no a cualquier iluminado adscrito a una religión concreta; un Dios que se muestra en la pequeñez de la flor o en el ciclópeo y pavoroso crepitar de billones de galaxias recorriendo rutas siderales para nosotros inabarcables; un Dios que aletea en la secreta profundidad de nuestros anhelos y que, incomprensiblemente, da la sensación de gozar imponiendo su voz y su presencia a través de silencios y de ausencias; un Dios que intuimos, que precisamos como a esa pieza perdida sin la que, probablemente, nuestros puzles mentales nunca llegarán a completarse ni a ser perfectos.

Sí, queridos amigos, hace ya alrededor de doscientos mil años que el hombre protagonizó el maravilloso despertar que le encumbró al plano de la razón y de la búsqueda, al plano de la idea y del miedo, del íntimo gozo por el regalo de la vida y del íntimo desánimo que le atrapó ante la evidencia de que tenía que morir. A sus descendientes (y permitidme que repita esta idea una y otra vez) nos siguen asaltando en el siglo XXI preguntas absolutamente idénticas a las a que a él le torturaron cuando se halló arropado por la oscuridad de la cueva y ofuscado por la naciente luz de la razón que se le subió al cerebro. Son preguntas que parecen pegadas a la masa de nuestra sangre: ¿Qué somos, de dónde procedemos, qué verdades esconden los abismos insondables del macrocosmos y del microcosmos, hacia dónde nos dirigimos, cuál ha de ser nuestro comportamiento para habitar, con la mayor dignidad posible, este corto período de existencia que se nos da? ¿Hay Alguien trascendente (más allá de la última estrella que da fin a la última galaxia) o hay Algo inmanente (de lo que formemos parte los seres animados e inanimados que poblamos el universo) que sea la causa de cuanto existe, de cuanto sabemos y de cuanto ignoramos?

Como en el pasado, hoy formulamos con símbolos respuestas sin palabras a incógnitas que no sabemos despejar. Por eso quizá, el masónico símbolo de Gran Arquitecto me resulta en la actualidad la idealización perfecta del principio activo en el que apoyar mis búsquedas y mis soluciones, como otros las apoyaron en aquella Magna Mater que, según viejas teologías, engendró cuanto existe. Quizá sólo él (aunque hablo de “él” lo considero asexuado y libre de cualquier reflejo humano) quizá sólo él asuma con plenitud la alegoría de la fecundidad cósmica. Quizá él y sólo él represente la realidad arcana que todo lo construye, el Oriente esplendoroso que ha de enviarnos algún día a los hombres, por los caminos de la ciencia o del conocimiento interior, la Luz que incansablemente buscamos. A esa Luz, a ese Oriente, a ese Gran Arquitecto es al que rezo en cada instante de mi vida. Lo hago con la única oración que sé recitar, una oración atribuida a Marco Tulio Cicerón y que me gustaría musitaran mis labios antes de exhalar el último aliento: Causa causarum, miserere mei, “Causa de todas las causas, compadécete de mí”.

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34 pensamiento sobre “¿Hablamos de Dios? (Adolfo Yáñez)

  1. Socrates

    «Gran Arquitecto del Universo «: «Causa de todas las causas, compadécete de mí«. ¿Cree que Abaddon se va a apiadar de usted?

      1. Limbo Piedra

        @manuelymar, Abaddon, señor Manuelymar, discúlpeme que le advierta, no tiene piedad; no está en su naturaleza tenerla, y su naturaleza es esencial para el buen orden del cosmos (misión cósmica la de Abaddon, señor). Toda la piedad que Abaddon entiende es destrozar a quien persigue, arrebatarle el seso y el sentido, postrarlo de rodillas y obligarle a gemir de soledad, vacío y pánico hasta la muerte o la conversión definitiva a la Verdad.

        Es sacramental.

        Espero que usted no se lo encuentre y espero sobre todo que él no desee hallarle a usted personalmente; para lo cual, conviene no tentarle.

        En cuanto a Benedicto XVI, no es él quien me preocupa ni la suerte que corra, si no el ancho escudo de fielísimas e inocentes ovejas con el que se protege.

    1. atati

      @Socrates,

      Ay amigo Sócrates, del que dificilmente se apiadará tu justiciero Dios, será del dominico racista y asesino (nazi) que tuviste la amabilidad de presentarnos el otro día en el debate sobre «hacer las Américas». Saludos amigo.

        1. atati

          @Jude,

          Así es, amiga mía, precisamente eso es lo que me gustaría que entendiese el amigo Sócrates, tan amigo de decir a los demás que Abaddon o quien fuera no va a tener piedad de ellos. Gracias por ayudarme a matizar lo que quería decir. Saludos, amiga Jude.

  2. Isabel

    Menudo paseo de doscientos mil años Adolfo…Esto de buena mañana sin duda te pone en órbita…Coincido mucho en tus planteamientos y me ha gustado mucho tu forma, gracias.
    La búsqueda de los porqués, es el motor del hombre y seguro que en esta vida, en todas las anteriores y en las que quedan por venir esto seguirá siendo así…
    Para mí tiene sentido que nunca lo sepamos estando encarnados, pues se perdería la magia del misterio y con ello su apasionante búsqueda en vida…
    Quizás sería mejor pedir al hombre que se apiade de sí mismo así como de sus semejantes, en vez de pedírselo a los dioses.
    Gracias Adolfo por tu excelente artículo
    Buenos días a tod

  3. Inmaculada

    Que maravilla Adolfo,
    Que lujo levantarse y leer algo tan bonito:

    «el único Dios que se me antoja razonable se identifica con el Misterio (con mayúscula), con el Todo (con mayúscula), con lo Absoluto (con mayúscula)».
    «El gran Arquitecto»

    Asi ha sido y así es.
    Volveré a leérmelo una y otra vez, merece la pena.

    Buenos días!

  4. Casilda

    Qué bonito!

    El problema es querer definir con palabras lo que está más allá de ellas. La Verdad ni es ni no es.
    Mi cuestión es: si existiera una primera causa ésta estaría sujeta a la impermanencia, luego no debe haber una primera causa, el concepto es: sin principio ni fin.

  5. Auxi

    SON DIOSES Y LO SEGUIRAN SIENDO.
    LOS CREADORES DEL UNIVERSO SOMOS TODOS, IGUAL QUE SUS DESTRUCTORES.
    SOMOS HIJOS DE DIOS.

    CAUSA DE TODAS LAS CAUSAS, COMPADECETE DE MI.
    BUEN DIAS

  6. juanarmas

    Los primeros dioses nacieron de la ignorancia y el miedo.

    Aun así, hoy en día sigue cobrando «rabiosa actualidad» -como suele decirse- la definición que dio un místico medieval:

    «Dios es el Misterio de los Misterios»

    Gracias Adolfo Yáñez por este original viaje desde el inicio de los tiempos.

  7. SPITBAY

    Gracias Adolfo por este magnífico artículo.
    Os dejo unas preguntas:

    – La única pregunta no será ¿de dónde venimos?, ya que si damos por hecho la no reencarnación, la no realidad de los dioses mencionados, supongo que el ¿a dónde vamos? está claro y no es ningún misterio.

    – ¿Pensáis que algún día la ciencia llegará a desvelar los secretos del origen de la vida?

    Una reflexión personal: En la noche, en la semiconsciencia, me asaltan estas dudas involuntariamente y me atormentan. A veces despierto sobresaltado, negando lo que mi mente me dice y lo paso muy mal. ¿Os pasa a alguno?, ¿la mente va por libre? ¿es ese el mejor momento para ver las ideas claras?

    Un saludo a todos,

    1. Limbo Piedra

      @SPITBAY, Mis respetos, Spitbay. No niegue usted lo que su mente le dice. Al contrario, escúchela atentamente y converse con Ella cuanto más le sea posible. Hágale caso y nada fallará.

      Claro que la Mente va por libre, y le llama a usted para que salga de la cueva y correteen «juntos» sobre las verdes praderas.

      No tenga miedo
      Relax

  8. Conejera del Domund

    Adolfo, punto negativo para ti.
    Nos has engañado con el título diciendo «hablemos de Dios» ¿?

    Sería mucho más acorde: Historia errática de la humanidad..

    😉

  9. felix de valois

    Le felicito sinceramente. No tengo nada que apostillar pues la exposicion dá para mucho.
    A bote pronto aparece con nitidez lo que se espera,al menos yo, de una aportacion: Valentia,Claridad y Personalidad.
    Dejemos para otros la demagogia y las imposiciones de parte.
    Lo dicho, felicidades y a seguir.

    Saludos cordiales

  10. zerogravity

    Dicen, por que, para esto del Universo (con mayúsculas), la cabeza no me da, que donde acaba nuestro Universo, la materia y el tiempo, donde acaban los black holes y los warm holes, se cierra nuestra burbuja cósmica, y flota en la «nada», pero junto a esta, se abre otra burbuja, con otro universo, con sus cosmos organizados fruto de big bangs propios, con sus galaxias y sistemas. Si nos separamos y tomamos una perspectiva mas amplia, desde esta teoría fascinante, se podrán ver desde la distancia de esta «nada», cientos de miles de burbujas flotando, en la que, en cada una de ellas, existe otro Universo. Esto ya lo «barruntan» stephen hawking & friends, la existencia de estos universos burbuja, con sus sistemas solares y particularidades, que permitan otras civilizaciones. Civilizaciones con presencias de miles de millones de años fruto de ordenes planetarios concretos. Otras mucho mas primitivas ¿ tendrán dioses? ¿ en que etapa estarán? ¿ como será su Sistema, El Sistema? Lo de aquí, de lo nuestro, nuestro Universo y el hombre, no ha hecho mas que empezar, me refiero al hombre y lo malo es que el tiempo corre y el sol aprieta. Enhorabuena por el artículo.

  11. MARIAJO

    La busqueda contínua. El tambaleo del hombre. La pregunta sin verbo. El Verbo como respuesta. La conformidad de la angustia. La creencia ignorante. La fé de la sabiduría. Y así estaremos miles de años mas. Y vuelta a empezar. Pues en el circulo está la respuesta y en su centro la verdad de cada uno.
    Precioso texto Adolfo. Un placer.

  12. Limbo Piedra

    Sólo quiero señalar que el 96% del Universo que nuestra raza es capaz de «observar» a día de hoy no sabe qué es, de qué está hecho ni cómo funciona (la materia oscura y la energía oscura son el principal comoponente de nuestro universo, y no sabemos de qué va!!!! Encima nos han enseñado a temerla!!!! ¡¡¡¡Pero si TODO sale de ahí!!!! ¿Hay algo que no nazca en la Oscuridad, oh Virgen Mía????)

    En fin, y con el 4% restante de materia ordinaria estamos como estamos…

    ¡Vive Dios, qué cosas!

  13. paseante

    Pues sí, una bella prosa que envuelve la madre de todos los temas, que también está en Nietzsche: «En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la historia universal…»
    El alemán no habló de lombrices, pero sí de moscas: “…Pero, si pudiéramos comunicarnos con una mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseído por el mismo ‘pathos’, y se siente el centro volante de este mundo…” (“Sobre verdad y mentira en sentido extramoral”).

    Pero luego ocurre que estás un buen día frente al mar, en soledad, sin propósito definido o buscado, a tus cuitas humanas, y atrapas por un instante la Luz, y entonces se te deshacen todas las teorías, todos los sistemas ajenos, y comprendes, sí, que tú eres parte de ese Universo centelleante, que has recorrido miles, millones de años desde que bajaste del árbol para vivir ese preciso momento, fugaz, que no falaz, y entonces ya nunca será igual, porque a quién le importa el propósito cuando tú ya has visto, has formado parte de la Luz, está ahí, vete tras ella, dos pasitos adelante y uno hacia atrás, dos pasitos adelante y…

    1. atati

      @paseante,

      Sí amigo, dos pasitos adelante, y uno hacia atrás, obedeciendo los dictados de la conciencia que por definición debe ser amorosa como condición ineludible, y dejándose dirigir por el intelecto limpio de desobjetivadoras emociones. Justamente cuando falta conciencia e intelecto, o uno de los dos, es cuando se está en la fase de un pasito pa tras; y parece que en el momento actual hay bastante personal inmerso en el pasito pa tras. Es un placer leerte, se te echa mucho de menos, estimado Paseante.

    2. qq

      @paseante,
      Lo del paso hacia atrás es para dotar de gracioso ritmo a nuestra marcha,Paseante.
      ¿Te imaginas todo seguido hacia adelante?..tendría mas el aspecto de marcha militar que de danza…no,no,la vida,y Adolfo lo expuso maravillosamente -gracias- es una hermosa danza con pasos de diferente estilo,dirección,velocidad,ahora solos,ahora en grupo…creación perpetua.
      Se te saluda,querida pata trilliza.

      1. paseante

        @qq,
        Perdón…, por la descortesía…
        Se te saluda, claro que sí, ¿cómo no saludar a mi querido apoyo astur?

  14. atati

    Excelente artículo que recorre el amplio curso evolutivo conocido o aceptado por la Ciencia actual, de manera muy bien elaborada.

    Es cierto que la Humanidad ha creado muchos dioses siempre a su imagen y semejanza, adjudicándoles características humanas como el perdón generoso o el cruel castigo. Pero no todas las primitivas filosofías concibieron a los dioses de manera tan humana.

    Cuando los primeros arios llegaron a la preindoeuropea india, se encontraron con unos conocimientos, los Vedas preindoeuropeos, que hablaban del mundo de las Causas y los Efectos, siendo denominada la autoridad primera como la Causa sin causa, o el Incognoscible Absoluto, sin añadirle ninguna característica, tan solo la idea del Todo que todo lo abarca y del cual toda la Naturaleza está constituida. Venían a decir que todo era energía, que brotando de una gran oscuridad, Pralaya, se iba esparciendo y adoptando diversos estados según se iba densificando, hasta constituir la llamada Materia como expresión más alejada de la Fuente original.

    Curiosamente, diversos descubrimientos científicos van dando la razón a estos conocimientos que hasta hace poco en Occidente han sido tachados de paparruchadas. Estoy firmemente convencido que la Ciencia seguirá ahondando en el estudio del origen del factor «Vida», y que ante la gran duda de hoy en día en este tema, como en el desconocimiento de la causa que posibilitó que «hubiera un día en el cual el hombre sorpresivamente despertó a la luz de la razón», llegarán a admitir la posibilidad de una energía consciente e inteligente, llamada Alma por los vedas, como explicación a esa irrupción sorpresiva de algunos animales mamíferos a la capacidad racional que les otorga consciencia y conciencia, evolucionando así a la categoría de humano, para después de un duro progreso elecubrando y creando espesos espejismos de diversa índole, llegar a la única verdad que todo lo unifica, cual es que todas las criaturas estamos constituidas a partir de una partícula o chispa de la mismísima Causa sin causa que todo lo abarca y contiene.

    Vamos, como dirían los católicos, que Dios está en todas partes, incluso en todos los humanos, en lo más profundo de su ser, siendo su auténtico Ser, cuya vocecita comienza a manifestarse a través de la Conciencia, y que si la escuchamos, nos sabrá guiar hasta lograr fundirnos con el Alma o representante en cada uno de nosotros de la ignota Causa sin causa. Muchas gracias amigo por tu buen artículo y por hacernos pensar, que es una de las facultades suministradas por esa chispita individualizada que sorpresivamente nos distinguió del resto de animales.

  15. Azulius

    Yo no hablaría de Dios, yo hablaría de hablar con Dios.

    Hablar con Dios, es tener el coraje, la rabia, la sabiduría, la sinceridad, la honestidad, la humildad, de hablar contigo mismo, sin mascaras, sin velos, ciego a los espejos, sordo a los ruidos, mudo ante tú propio dolor y con el alma desnuda.

  16. Angel Luis Alonso

    Bello texto que aúna a todos en las mismas preguntas. En las mismas incontestadas respuestas.
    Directa y sencillamente no creo en la existencia de ningún Dios. Pero al mismo tiempo, me asalta (así fué siempre) la duda de la creación. La creación del Universo. La nuestra.
    Einstein fué un gran creyente, dado que no pudo explicar la creación del Universo, y no tuvo mas remedio que achacarla a Dios.
    Yo personalmente, me quedo en la duda.
    Pero si pretendiera hablar con Dios, simplemente dirigiría la mirada a la nada, y al todo. Al final, me encontraría hablando conmigo mismo.

  17. qq

    Gracias, Adolfo, por tan interesante y bien trabajado artículo.
    La evolución de la forma de «pensar a Dios»( y del pensamiento en general..pero hablábamos de dios) expuesta (arcaica,mágica,mítica,racional,transracional..) se reproduce en cada humano desde el momento que nace,pasa por la infancia, etapa adulta…y también globalmente, como sociedad, la repetimos pudiendo estar unos sectores de la misma en una etapa y otros en otra.

    Es interesante lo que comenta sobre la idea de la muerte en las últimas religiones,como usted las llama.Podría ser parte de la evolución al pensamiento transracional – en plan «masivo»,tipo masa crítica, aunque a lo largo de un dilatado periodo temporal,como es natural para este tipo de procesos que se cuentan por siglos o muchas décadas- con el que se contempla al hecho del vivir humano con mayor amplitud,como una parte del total de la existencia,me explico:el acá y el más allá.Y también de esa interiorización del Profundo ( Lo Absoluto,Gran Arquitecto..) tal como entiendo – simple opinión personal- es:desnuda de atributos al ser Todo (Vacío y Plenitud).
    Es sólo mi opinión.Saludos.

  18. samsara

    Gracias por su largo y elegante recorrido sobre la Pregunta que el ser humano se ha hecho desde que bajó de los árboles y aún no ha logrado responder, ni en un sentido ni en otro.

    Ante esto, sólo queda contemplar y Ser, y por supuesto pedir compasión, no solo en el último instante de este tránsito, sino en todos.

    Lo de menos es que nombre le damos a ese Ser al que le pedimos compasión.

    Le deseo que la Causa de todas las causas tenga compasión de usted y de todos nosotros.

    Un abrazo

  19. Sananda

    Estimado sr. Yáñez,
    Hasta hoy no he podido leer su artículo.
    Me ha gustado muchísimo.
    Sobre todo porque ha expuesto el «asunto» de Dios y el hombre, así como el camino evolutivo de este en todos sus niveles, desde un angulo muy realista, para mí mucho más aceptable, que todas las «parábolas» o modelos, que tantas religiones, se han ocupado de interpretar esto a las gentes para su comprensión.
    Es largo su artículo, y quiero leerlo varias veces, con más detenimiento, a como lo he podido hacer ahora.
    Pero es muy acertado creo, e interesante.
    Muchas gracias por ello.
    Saludos cordiales.

  20. rigel

    Dios…mi gran amigo y confesor…¿Cómo hablar de Dios sin sentirlo previamente? Baste decir que cada uno de nosotros lo llevamos en lo más profundo de nuestro ser, somos su única iglesia y por ello no necesitamos intermediario alguno para que interceda por nosotros… Edificios, idolatría, paganismo y demás memeces no dejan de ser invención del hombre, eso está claro.
    Sin embargo, Dios va más allá de todo esto, pese a que haya millones de almas sordas que no escuchen su voz, él nos habla y nos trasmite con su amor universal los misterios de la vida que con tanto empeño pretendemos averiguar… Dios existe y es una realidad. No pretendo convencer a nadie, simplemente se trata de escuchar esa voz interior, de conectar con nuestro propio yo, con la naturaleza y con los seres que nos rodean.. Su existencia es un sentimiento que alberga mi espíritu desde mucho antes de formar parte de mi cuerpo terrenal, más allá de cualquier religión o invento humano.
    Dios es personal e intransferible y sólo si se lo permitimos, ya que la libertad de acción nos ha sido concedida desde el nacimiento a esta vida, nos guiará, sin duda, hacia esa otra existencia libre y eterna.

    1. Magdala

      @rigel, Estoy totalmente de acuerdo contigo,buscamos sin sentido y con empeño en el exterior lo que llevamos dentro,pero es dificil escuchar su voz cuando otras muchas voces nos asaltan y confunden…La diosa razón mata a veces esos chispazos que nos invaden de Amor con Mayuscula y nos dejamos llevar por esas otras voces que nos apartan de nuestra verdad y a nuestro doliente yo sepultado por ambiciones y vanidades mundanas….

      1. rigel

        @Magdala, Exacto! La búsqueda de la verdad nunca ha sido fácil. No obstante, basta encontrar el camino, por tortuoso que éste parezca, para disfrutar de una recompensa espiritual tremendamente gratificante. A pesar de los vaivenes de Fé, claro, cómo no sufrirlos… Resulta inevitable…

        «Mantente alerta,
        no bajes la mirada
        y escucha a tu corazón…
        ¡Qué la luz guíe tu camino en esta vida…
        … Y en la futura!»

        Un saludo Magdala! Siempre es un placer compartir con alguien ciertos puntos de vista y cuanto más profundos… mejor!

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