El arte de bendecir

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Vengo de leer el precioso “El arte de bendecir”, escrito por Pierre Pradervand en 1998 y cuyo subtítulo es “para vivir espiritualmente la vida cotidiana”.

El autor, en su día trabajador de una organización humanitaria especializada en el tercer mundo, debe abandonar su trabajo en un momento dado por desavenencias con sus superiores por un tema de deontología profesional. Esta circunstancia le genera un gran rencor, una obsesión “que me chupaba la sangre como una sanguijuela”, un resentimiento profundo y permanente que “me roía las entrañas y me envenenaba literalmente la vida”.

Narra Predervand que un día una frase de Jesús en el sermón de la montaña le habló de forma muy intensa: “Bendecid a los que os persiguen” (Mt 5,44). A partir de ahí comenzó a bendecir a los que denomina sus ex-perseguidores, primero como acto de la voluntad, y más tarde incorporándolo a su vivir cotidiano sin darse cuenta: “al comienzo, fue una decisión activada por la voluntad alimentada por una sincera intención espiritual. Su clave era la intención. Pero poco a poco las bendiciones de desplazaron de la voluntad al corazón. Porque la bendición es ante todo una energía del corazón”.

A los pocos meses de iniciar esta práctica, Predervand escribió (recibió) un texto que constituye la base de este libro y de su trabajo posterior: “me invadió una oleada de inspiración. Me sentía literalmente como un copista bajo dictado, y a mi mano le costaba trabajo transcribir con suficiente rapidez las ideas que afluían a mi mente”. El texto dice así:

“Al despertar, bendice tu jornada, porque está ya desbordando una abundancia de bienes que tus bendiciones harán aparecer. Porque bendecir significa reconocer el bien infinito que forma parte integrante de la trama misma del universo. Ese bien lo único que espera es una seña tuya para poder manifestarse.

Al cruzarte con la gente por la calle, el auto, en tu lugar de trabajo, bendice a todos. La paz de tu bendición será la compañera de su camino, y el aura de su discreto perfume será una luz en su itinerario. Bendice a los que te encuentres, derrama tu bendición sobre su salud, su trabajo, su alegría, su relación con Dios, con ellos mismos y con los demás. Bendice a todos en todas las formas imaginables, porque esas bendiciones no sólo esparcen las semillas de la curación, sino que algún día brotarán como otras tantas flores de gozo en los espacios áridos de tu propia vida.

Bendice tu ciudad, tus gobernantes y a todos como los educadores, enfermeras, barrenderos, sacerdotes y prostitutas. Cuando alguien te muestre la menor agresividad, cólera o falta de bondad, responde con una bendición silenciosa. Bendice totalmente, sinceramente, gozosamente, porque esas bendiciones son un escudo que los protege de la ignorancia de sus maldades, y cambia de rumbo la flecha que te han disparado.

Bendecir significa desear y querer incondicionalmente, totalmente y sin reserva alguna el bien ilimitado –para los demás y para los acontecimientos de la vida- haciéndolo aflorar de las fuentes mas profundas y más íntimas de tu ser. Esto significa venerar y considerar con total admiración lo que es siempre un don del Creador, sean cuales fueren las apariencias. Quien sea afectado por tu bendición es un ser privilegiado, consagrado, entero. Bendecir, significa invocar la protección divina sobre alguien o sobre algo, pensar en él con profundo reconocimiento. Significa también llamar a la felicidad para que venga a él.

Bendecir significa reconocer una belleza omnipresente, oculta a los ojos materiales. Es activar la ley universal de la atracción que, desde el fondo del universo, traerá a vuestra vida exactamente lo que necesitas en el momento presente para crecer, avanzar y llenar tu vida de gozo.

Es imposible bendecir y juzgar al mismo tiempo. Mantén en ti ese deseo de bendecir como una incesante resonancia interior y como una perpetua plegaria silenciosa, porque de este modo serás de esas personas que son artesanos de la paz , y un día descubrirás por todas partes el rostro mismo de Dios.

Y por encima de todo, no te olvides de bendecir a esa persona maravillosa, absolutamente bella en su verdadera naturaleza y tan digna de amor, que eres tú mismo”.

Son palabras de superación, de elevación, pero que sin embargo contrastan con una buena parte de la realidad del mundo ¿Es posible  ponerlas en práctica? ¿Es posible bajar las armas respecto de aquellos que nos han hecho mal, o consideramos que nos han hecho mal? ¿Tiene sentido actuar así o debe prevalecer el “olvido pero no perdono” que tantas veces escuchamos o pronunciamos?

Conozco muchas personas que aplican en mayor o menor grado este arte de bendecir. También conozco a las que permanentemente aplican el contrario, el de maldecir. En las primeras encuentro paz y sentido, aceptación de la vida, armonía. Tienen las armas bajadas. En las segundas encuentro confusión, agresividad, en algunos casos odio, casi siempre ofuscación. Tienen las armas en alto. Encuentro que las segundas pueden tener ciertas (pretendidas) razones (no siempre) que explican su actitud, pero invariablemente veo que sufren (aún sin saberlo) y que hacen sufrir a los demás. En el primer grupo veo que algunas personas han alcanzado la dicha, que está más allá del placer y la felicidad, ya muy cerca de la gracia. Me quedo con la primeras, creo que son la sal de la tierra. Pero también intento bendecir a las segundas, aunque tenga que ser “desde otros ángulos”, como señala Predervand.

Personalmente se me hace difícil bendecir a ciertas personas. Pongamos el ejemplo de ciertos políticos, que toman decisiones de guerra que considero equivocadas y que afectan a la vida y muerte de miles de personas. Pensemos en esos jueces que dictan sentencia aún a sabiendas de que es injusta; en aquellas personas que traicionan al amigo; en aquellos que matan al prójimo para alcanzar tales o cuales fines. Me cuesta llegar a pensar en ellos en términos de bendición, pero sin embargo puedo pensar en ellos en términos de compasión, en el sentido de entender que es la ignorancia la que les hace actuar de esa forma, y la ignorancia merece compasión.

Predervand señala que muchas de las grandes sabidurías espirituales coinciden en que nadie puede crecer espiritualmente mientras esté mentalmente entorpecido por el hábito de juzgar a los demás. Por eso en su texto hay una mención expresa a que juzgar puede ser incompatible con bendecir. Por eso es tan importante juzgar cada vez menos y ser cuidadoso con cada juicio.

Poco más tengo que añadir a este texto que me parece que le llega de las alturas, después de “abrirse el cielo”, como el autor bien admite. Lo encuentro presente en todas las religiones, y muchos pensadores y místicos lo han expresado con palabras parecidas. Noto que su lectura me hace bien, que me renueva por dentro, que me llena de propósito para intentar encontrar mi propia humanidad en el otro. Me incita a bajar las armas, a desnudarme de prejuicios y a mirar de otra forma. Por eso he querido compartirlo con vosotros en esta mañana de domingo en los que mi mente es más proclive a mandar bendiciones.

Quiero agradecer y bendecir en especial a la persona que me ha regalado este libro, y a todos aquellos con los que he tenido encontronazos en esta vida, a los que yo ahora quiero corresponder con esta cita de “Las hojas del jardín de Morya”.

“Amaos los unos a los otros ––Te enviaré pensamientos puros.

Fortaleceré tu deseo para alcanzar la perfección.

Mediante el amor curaré a los injustos.

Ramakrishna dice: «Ama y todo te será dado».

Me complazco en levantar el velo de las complejidades de la vida”.

(Foto: atardecer en Atlanta, original de Olga Diego)

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91 pensamiento sobre “El arte de bendecir

  1. Naciendo

    Gracias, se la teoría, olvido la práctica, gracias por recordarlo, intentaré no olvidarlo.
    Sabe mejor el día cuando me levando dando gracias al universo, aceptando y confiando.

    Bendiciones para todos.

  2. Angeles

    Gracias a todos por vuestras magníficas palabras: cultas, éticas, sensibles, cariñosas, que me hacen recordar que aún hay seres humanos , interlocutores válidos.

    Gracias a todos los que habeis escrito, Joaquin, Meizoso y los demás.

    Sin embargo, veo que el mal existe en el mundo, al igual que el bien, el yin y el yang se entremezclan en cada persona, y me gusta agradecer el bien que tengo y tenemos y agradecer´el mal que ya pasó y se curó.

    Cuando el daño existe, cuando tenemos la herida abierta, no es posible el perdón, porque el pus está ahí, el dolor y el sufrimiento está ahí. Pero cuando se ha curado la herida, cuando se ha hecho un trabajo emocional , entonces agradecemos todo, porque todo es perfecto, necesario, y no falta ni sobra nada. TODO ESTA BIEN.

    GRACIAS.

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