Confesiones de un científico soviético: “me voy a mi pueblo, a recordar a los cosacos”

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Me pareció un buen hombre, con la típica cara de un científico despistado, pero con ojos que rezuman mas que tristeza una suerte de extraña consternación. Le sentaron al lado de Alfonso Guerra. A mi me situaron frente a ambos, al otro costado de la mesa en la que cenábamos como preludio a las conferencias de Moscú. Al día siguiente teníamos que abordar la nada fácil ni estimulante misión de ilustrar a los soviéticos el camino hacia la Economía de Mercado, una vez que Gorvachov había decidido -o le decidieron- a caminar por semejante sendero. Digo que no era ni fácil ni estimulante porque vender como cierto lo que alimentas como dudoso en tu interior no resulta sencillo. Pero en fin, había que hacerlo porque mejor eso que lo contrario.

No podía retirar mi vista de aquel hombre que, según contó el intérprete, era ni mas ni menos que el Presidente del Instituto Soviético de Investigación y Tecnología. Seguro que no se llamaba así, pero la idea era esa: el responsable de los avances tecnológicos del modelo comunista. No intervenía en una conversación que, a fuer de sinceridad, resultaba inevitablemente densa, no solo por las dificultades del idioma sino porque la temática de fondo podría conducir fácilmente a un grado nada despreciable de crispación.

Pero uno es como es, así que me armé de valor y le pregunté a aquel hombre algo que me podría haber valido un encierro de por vida en alguna de las cárceles del Sistema.

-Dígame una cosa, hoy que ve derrumbarse el modelo de economía soviética y triunfar lo que durante tantos años ha sido su enemigo, esto es, el Mercado, ¿que siente por las mañanas? ¿Qué se dice a usted mismo cuando se mira al espejo?

Silencio tenso. La voz del intérprete que se aproximaba al máximo al oído del científico apenas si rompía el aire con un ligero silbido ininteligible. Concluido el traslado al idioma asequible para el preguntado, el intérprete se retiró despacio. No quise perderme ni el mas ligero detalle de la escena.

El científico apenas gesticuló. Los músculos de su cara no se agitaron. El brillo de sus ojos tampoco tradujo una alteración interior significativa. Permaneció unos segundos con la vista quieta en el mantel de la mesa. Con movimientos lentos, muy lentos, finalmente fijó su mirada en ninguna parte y como hablando al vacío del Dr. Bhom dijo algo así:

-Yo voy a mi pueblo. Allí hay Iglesias antiguas. Y se sigue celebrando la ceremonia de beber el vozka como hacían los viejos cosacos. Me quedan algunos parientes. Con todo eso me reconozco y se quien soy.

Una de las respuestas mas profundas que jamás escuché. Recuperó su esencia de individuo. Renunció a entender. Prefirió simplemente ser.

Pues bien, en el día de hoy si formuláramos esas preguntas a quienes han elaborado los dogmas financieros, los modos de pensar que se han traducido en estos modos de pensamiento, seguro que algunos no tendrían la valentía de ese hombre, de reconocerse como individuos, de salir hacia su pueblo, de encontrarse con sus parientes, de beber su vino al estilo tradicional. Seguro que no. Inventarán justificaciones, diseminarán la culpa por cualquier lugar diferente al de sus elucubraciones, y tratarán de buscar el modo y manera de seguir siendo fabricantes de ortodoxia. Pero quizás no les resulte fácil porque tal vez la sociedad comienza a identificar a los poetas de liras fingidas.