La venta de mis acciones y las primaveras de carroña

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Ayer en el chat, creo que a iniciativa de JS, se planteó una conversación acerca de la importancia que tuvo en el proceso penal subsisguiente mi decisión del día 28 de Diciembre de 1.993 de no querer vender mis acciones de Banesto. Se trata, seguramente, de uno de los episodios mas celosamente ocultados a la opinión pública, pero sobre el que, desgraciadamente, existen demasiados testigos como para que pueda construirse una historia alternativa dejándolo totalmente al margen. Así que a continuación os lo relato.

Por cierto, he querido poner una foto graciosa. Aznar fue a los toros, no se si casualmente, con su amigo Villalonga justo al lado de las entradas que teníamos Lourdes y yo. Creo que las pidió expresamente a Gabriel Aguirre. Alguien tomó esta foto. interesante por muchas razones. Al fondo a la izquierda, Palomo Linares y su mujer. Creo que también Angel nieto.
A la misma altura nuestra Manolo Martinez y Carlos Gomez. Y flores de diferentes colores en las solapas. Aznar entonces era lo mismo que hoy pero sin haber pasado por al Presidencia del Gobierno. En fin espero que el relato os entretenga un poco.

Aquella mañana de invierno, a eso de las diez y media, después de dos inolvidables conversaciones telefónicas, una con el entonces Presidente del Gobierno, Felipe González, y otra con el Rey de España, sentado en el caserón de Cibeles en el gigantesco despacho que durante años ocupó el inolvidable Mariano Rubio, Gobernador de Gobernadores, escuché impertérrito como el Subgobernador Martín, en presencia de un llamado Gobernador Rojo, me ofreció la posibilidad de que vendiera mis acciones en el banco –casi 25.000 millones de pesetas- a otra entidad española, en concreto el BBV, y, de esta manera, al abandonar la entidad y solicitar que designaran a un nuevo Presidente, la sangre no llegaría al río. Mi sangre, se entiende. Así que si quería evitar la intervención formal, solo necesitaba ajustarme a sus deseos y celebrar una ceremonia tan prosaica, tan poco elegante, tan de mercader fenicio como vender a la carrera unas acciones de mi propiedad. Claro que ellos, a partir de ese instante, mandaban de pleno derecho sobre el banco y los miembros del consejo, al menos los que no se plegaran incondicionalmente a sus deseos, tendrían que buscar acomodo en otras sillas, porque las suyas las ocuparían personas afectas al Sistema. ¿Necesitaban esas acciones? Jurídicamente no, porque mi alícuota era del 7 por ciento del banco. Pero conmigo en el poder resultaba imposible actuar. Sabemos lo que son y como funcionan las Juntas de Accionistas, así que no era tanto el porcentaje relativo como el efecto demoledor de mi presencia, contando, además, con la imagen pública frente a los accionistas y la sociedad en general.

¿Estaba el personaje en cuestión, el tal Martín, autorizado para formular una propuesta semejante?. Recuerdo lo que Aznar le dijo a Rodrigo Rato ese mismo día, y que este relató anonadado a su primo Vicente Figaredo, consejero de Banesto: “Si Mario Conde vende sus acciones al BBV y se va, no hay problema”. Entre la oferta de M. Martin y las palabras de Aznar hay coincidencia directa e inmediata. Así que todo claro: Aznar y el Presidente del Gobierno saben que van a intervenir Banesto. Me lo confirman a las ocho de la mañana. Felipe González me pide que atienda al Gobernador. Este, a través de Miguel Martin, me ofrece la alternativa de vender mis acciones. Aznar, líder de la oposición, confirma el posible trato. Por tanto, todos, derecha e izquierda, gobierno y oposición, no sólo están al corriente de la barbaridad de intervenir el banco sino que, además, tienen un único plan acordado entre ellos y ejecutado con la precisión de un cazador blanco africano. No hace falta ser excesivamente inteligente para darse cuenta de la obviedad del aserto.

No acepté la oferta. ¿Por qué?. Sencillamente porque me pareció inmoral que yo vendiera y los demás accionistas de Banesto se quedaran mirando el paisaje. Además, para cualquiera que tenga un mínimo de sentido común, resulta evidente que no se puede pagar 2.000 pesetas por cada acción de un banco que oficialmente, según la tesis que proclamaron a los cuatro vientos, se asegura que vale cero, tesis que, por cierto, e a pesar de sus pesares y de su propaganda ad nauseam, el mercado se encargó de desmentir el mismo día en el que las acciones volvieron a cotizar en bolsa. Una de dos: o es mentira lo de la situación oficial de Banesto convertida en excusa para intervenir, o, caso contrario, pagar 25.000 millones por mis acciones sería una auténtica malversación de fondos. Así que el Gobierno y la oposición se ponen de acuerdo en pagarme dinero, mucho dinero, por mis acciones de Banesto y luego, a la vista de que no acepto su generosa oferta, todos de consuno, en sede parlamentaria y fuera de ella, lanzan al exterior el mensaje de que el banco no vale nada. Suprema ironía que sitúa las cosas en su sitio para quien quiera ver.

Lo cierto es que no acepté vender. Así comencé a sembrar la semilla de mi encarcelamiento.

En uno de aquellos dias de reclusión forzada tuve encima de la mesa de mi celda una carta recibida del profesor Sánchez Calero. Rezuma dolor y pesar por lo sucedido. D. Fernando es ya un hombre mayor y, como me reconoció en alguna de las misivas que me envió en mis encierros carcelarios anteriores, el tratamiento jurídico y legal que recibimos en el caso Banesto afectó profundamente a sus creencias en el Derecho. La vida, si tienes paciencia, siempre te ofrece la oportunidad de comprobar en tus propias carnes, simbólicas o reales, la mera existencia virtual de las herramientas y valores con los que se ordena la llamada convivencia civilizada. Bueno, pues en esa misiva, la de ahora, insiste en que mi codición de preso del Estado español es fundamentalmente debida a que en su momento, aquella mañana de 1.993, no quise aceptar el ofrecimiento de vender en solitario mis acciones y salir corriendo del banco.

El 28 de diciembre de 1.993, un hombre llamado Alfredo Sáenz Abad, actual Consejero Delegado del Santander, llegó a nuestro banco, se acercó al despacho de Enrique Lasarte, ya ex-consejero delegado de Banesto, se entrevistó con él y antes de cualquier otro comentario le manifestó su sorpresa por mi actitud de no vender mis acciones, porque todos en el sistema se preñaron del convencimiento de que mi estilo de vida era coger el dinero y salir corriendo. No tenían la menor duda de que nada mas recibir una oferta de semejante talla, me aprestaría a proporcionar el número de mi cuenta, comprobar las transferencia, firmar la carta pidiendo que nombran a otro presidente de Banesto y tomar el camino mas corto hacia algún lugar fuera de su influencia. Como, además, conocían que me gustaba navegar y que en aquellos días era el propietario de uno de los barcos de vela mas bonitos del mundo, El Alejandra, no sólo tendría dinero y tiempo sino, además, barco para cruzar el atlántico, llegar al Pacífico, subir por Suez y arribar en el puerto que me diera la gana. Mientras tanto, ellos podrían consumar la jugada sin la molestia de mi presencia incordiándoles día y noche.

Algunos se equivocaron. Pero su error nace de la lógica elemental de creer que un comportamiento propio de su estirpe sería seguido al pie de la letra por cualquier otro, por eso de que las aves de la misma pluma siempre vuelan juntas. Como digo, se equivocaron. Seguramente yo también.

En Febrero de 1.994 Antonio Asensio, el editor del Grupo Zeta y aliado con Banesto en medios de comunicación social, sostuvo una larga conversación con Jesús Polanco, el editor del Grupo Prisa, quien aseguraba imperturbable a Antonio que contra mí no tenía nada y que la línea del periódico El País –sangrante en extremo con un mercenario sangriento de la pluma como el argentino Ekaizer oficiando de primer matarife- era independiente de su voluntad concreta. Exactamente las mismas palabras que por su encargo me transmitió Felipe González cuando nos entrevistamos juntos en La Moncloa el 30 de Mayo de 1.994. Conozco bien a Jesús Polanco. Ahora es ya un hombre fallecido

Lo mas interesante de esa conversación entre Antonio Asensio y Jesús Polanco, en lo que a mí se refiere, residió en la interpretación de Polanco sobre mi actitud de no vender mis acciones de Banesto aquel nefasto día 28 de diciembre de 1.993, de no secundar la propuesta de Los Políticos. Según él, me equivoqué. Para el Sistema habría sido todo mucho mas fácil si yo acepto vender e irme. Primero porque venderían mi imagen con el despreciativo estigma de “coge el dinero y corre”. Además, habrían designado un nuevo consejo de administración de forma menos traumática y el cambio de poder en el banco se habría realizado dulcemente. Mi actitud de no querer vender las acciones se interpretó como un desafío al Sistema. Insisto: al Sistema, porque PSOE y PP, González y Aznar, todos estaban de acuerdo en el plan a seguir. El Director General de Inspección de entonces, un hombre llamado José Pérez, le dijo expresamente a Lasarte que mi actitud la diseñé pensando en el futuro. Se ve que mis dotes de futurólogo no constituyen lo mejor de mis cualidades. A Pérez lo fichó después el BBV. Creo que transcurrido un periodo prudencial, prescindieron de sus servicios, pero esto no lo se a ciencia cierta.

Mirando hacia atrás y al margen de que sea o no totalmente exacta la afirmación de Fernando Sánchez Calero de que aquella negativa fue la responsable de mi penar carcelario, -en lo que coincide con Polanco- lo cierto es que e mantener un criterio sencillamente honrado en medio de la inmundicia puede acabar en cretinez mayúscula. Ni siquiera los accionistas de Banesto se percataron del gesto, que fue deliberadamente ocultado a base de ruido a la sociedad en general. ¿Merece la pena algo así?. Al final, te quitan las acciones, te someten a una campaña mediática sin precedentes, te meten en la cárcel y te convierten en ejemplo de su ilimitado poder. A cierto tipo de gente le horroriza lo erótico; huérfanos de la imprescindible sensibilidad refocilan en lo pornográfico.

Es muy posible que si llego a vender, coger el dinero y acceder a sus pretensiones me hubieran puesto, en el momento adecuado, una querella criminal y me habrían encarcelado tantas veces como fuera menester siempre que no me ajustara a sus normas de obligado cumplimiento. En mas de una ocasión y a través de ejemplares cualificados para ello, me hicieron llegar el nítido mensaje de que lo que tenía que hacer era abandonar España, dejar que el tiempo corriera, guardar un profundo silencio y transcurridos los años, cuando ya nadie se acordara de la monstruosidad cometida, podría volver por estos lares patrios con cierta seguridad, y si me seguía portando bien el Sistema me dejaría un rincón de tierra y un trozo de aire para subsistir. Bárez, el dueño de un pequeño banco de inversiones que en su día tuvo alguna relación con Alfonso Escámez, cenando en mi casa de Triana 63 a su requerimiento y con Enrique Lasarte, que le conoce mucho mejor de yo, fue uno de los enviados con el mensaje de “vete, invierte y trabaja fuera de España, deja que pase un tiempo largo, como unos cinco o seis años, y vuelve después”. Era, como él mismo reconoció, portavoz de la doctrina oficial.

Tampoco les hice caso. Otros, cuyos nombres son sobradamente conocidos, nunca dieron ni darán con sus huesos en prisión ni sufrirán una persecución que represente siquiera una milésima parte de la mía, porque son mas inteligentes que yo, aparcan cualquier consideración moral, de ética o de dignidad, entienden que los valores del sistema se preñan de cinismo sin mesura, se ajustan a ese patrón, se van de España, guardan silencio, se arrodillan si hace falta ante los titulares del poder mediático y político, se pliegan a sus deseos, agachan la cabeza, doblan la cerviz y de esta manera, la maquinaria de la Justicia del Príncipe, que se impulsa desde el poder y se ajusta al compás de sus terminales mediáticas, les deja mas o menos en paz. Bueno, en libertad vigilada y con su dignidad aparcada y escondida en la cajita de seguridad que se diseñó para tal finalidad. Sin duda son mas inteligentes que yo.

Si el ingrediente del modelo es el cinismo lo conveniente es convivir aceptando ser cínico. Otra cosa no pasa de ser una bufonada. Claro que no todos pensamos así. Alguien me dijo que si te presentas ante ellos blandiendo atributos de los que carecen, la voluntad de destrucción, quizás la necesidad imperiosa de destruirte, asciende en progresión geométrica. El modelo de convivencia se encuentra yermo de valores esenciales, lo que está provocando, entre otras cosas, la pérdida de referencia para los individuos con un mínimo de entidad. Al lado nuestro podemos contemplar como triunfan las primaveras de carroña. Impensable para mentes ingenuas lo escatológico de tres recorridos del circuito carcelario. Inevitable para los que conocen las leyes del estercolero. Solo queda un vago consuelo para un alma atormentada: las abrumadoramente crueles dosis de ensañamiento demuestran que la razón se encontraba de nuestro lado. Solo se necesita es el escarnio cuando la razón es endeble. Inmaduros quienes queremos encontrar siempre consuelo en los fútiles valores de los humanos,; a veces solo son groseras manifestaciones de hipocresías de barrio. Y nos cuesta admitirlo. Pero seguimos luchando. Aqui estamos.