A ambos lados de la trascendencia

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Algunas madrugadas, como la de hoy, te reciben particularmente cansado. No es algo físico,-aunque de todo hay- sino posiblemente moral. No me gusta ver lo que veo, por mucho que estoy sinceramente convencido de que estos cambios convulsos se traducen en una oportunidad para encontrar un mejor modelo de convivencia. Cierto. Soy, como digo, militante activo de esa tesis, pero mientras tanto me veo obligado a contemplar el poder destructor de la situación, que es tanto como decir el poder demoledor de un modelo radicalmente erróneo. Y me duele porque tuvimos la oportunidad de rectificarlo y no fuimos capaces. Unos por unas razones, otros por otras, pero esto es lo auténticamente cierto: como sociedad, como conjunto de personas conviviendo, nos dotamos de un modelo tan artificial en sus orígenes conceptuales como dañino en sus consecuencias.

¿Todos?. Sí, claro, todos. Dice Victoriano: “Yo no estoy del todo de acuerdo con lo dicho aquí. No me parece que Mario Conde estuviera tan alejado de las ELITES ESTABLECIDAS. Mas bien en aquellos años era un miembro de aquellas elites que tiene la valentía de explicar como funciona lo que en los años 60 en EEUU se denominaba stablisment “. De acuerdo. Claro que físicamente formaba parte de esas elites, en tanto en cuanto que detentaba un trozo de poder significativo. Los trozos de poder los diseña el Sistema y los adjudica de modo aparentemente objetivo. A Presidente de banco le corresponde esto, a director de medios de comunicación esto otro, a presidente de la organización empresarial aquello… Estas definiciones previas se traducen en la red de intereses mutuos que conforma la base conceptual del modelo. Por tanto, todo el que se encuentra físicamente por allí, rondando por alguno de esos trozos, es de hecho Sistema.

Pero eso es lo de menos. La clave consiste en que el sujeto, la persona, el individuo puede afectar de modo notable al diseño objetivado. Las características de una persona pueden ampliar el trozo de poder diseñado ab initio. Y para que eso no altere el propio diseño lo mejor es la selección a priori de quienes van a ocupar esas parcelas y así la cosa funciona establemente. Endogámicamente. Por ello, la llegada de un sujeto incontrolado a uno de esos trozos provoca la noción de intruso, y la tendencia de todo modelo endogámico es trabajar por la expulsión del indeseado, que lo es por el mero hecho de haber llegado al margen del camino establecido, que no es otra cosa que un recorrido diseñado para garantizar el ajuste del sujeto a la norma.

Suena abstracto, pero es concreto como la vida misma. El Presidente de un banco no debe tener presencia pública, porque eso es otro trozo de poder no adjudicado a su parcela. Menos debe disponer de control sobre medios de comunicación. Mucho menos atreverse, por ejemplo, a formular opiniones contrarias al Gobierno de turno, en general, y al Ministro de Economía en particular. No debe llegar al margen del procedimiento establecido. Así se entiende la negativa de Mariano Rubio,gobernador entonces, a la entrada de Juan Abelló y mía en el Consejo (poder) de Banesto. Así se entiende que organizaran el lío de la Opa forzada del Bilbao sobre Banesto. Es solo una reacción defensiva del Sistema. No les importaron nada las consecuencias. Esa vez se retiraron cuando de dieron cuenta de que la opinión pública no compraba su mensaje. Decidieron esperar, eso es todo. Y esperar a una de dos alternativas: o el individuo que llega por ese procedimiento y que acumula ese poder se absorba en el Sistema, o que decida seguir siendo un intruso cada día mas detestable para los fines de la “corporación”. Es sólo cuestión de tiempo comprobarlo y actuar en consecuencia.

Pues bien, todo quedó claro aquel día en el que todo el mundo, desde Solchaga a la CEOE aseguraban que la política económica del Gobierno de González, al ajustarse a lo que ellos llamaban la ortodoxia, era “la única posible”. Yo dije alto y claro que era la única “imposible”. Recuerdo el revuelo. Antonio Torrero, catedrático de Economía, me dijo que esa frase pronunciada tal vez fuera buena para el país, porque entenderían que caminábamos por el error, pero que sería mala para mi por las reacciones que desencadenaría.

Pues bien, Victoriano, físicamente estaba allí. Mentalmente no. Y pido perdón por decir lo que a continuación digo: me hubiera resultado muy fácil integrarme, ajustarme a su modelo, penetrar en la red de intereses…Muy fácil. Habría sido bienvenido. Pero no quise. Porque sentía que esa no era la consecuencia lógica de mi trayectoria personal. En Deusto, en la Universidad, y después de ella, en la vida, acumulé convicciones. Ahora disponía de un trozo de poder. Casualmente la vida me permitió, además del poder financiero, disponer de una presencia mediática desconocida en España para un Presidente de Banco. Y eso en un momento en el que lo mediático era poder en estado puro. Así que podía y debía aprovecharla. Al menos para saber si mis convicciones eran tales o meras palabras. Si mi conducta se ajustaba a ellas, entonces serían ciertas. En otro caso, palabras de celofán.

Los riesgos los asumí. Es evidente. Las consecuencias, también. Mientras tanto la sociedad en su conjunto permaneció silente, callada, sumisa, y después de la intervención, aterrada. Y escondieron su miedo, su pánico en la forma de descalificaciones que escondían justificaciones de espíritus temerosos del poder. Unos por una razones, otros por otras, unos por acción, otros por omisión, otros por comisión por omisión…Da igual. En 1.991, ante la caída del muro quise que reflexionáramos. En 1.992 acudí al Vaticano para disponer del carisma de la Iglesia como telón de fondo de esa reflexión. Por eso veréis que en el discurso se dice “a ambos lados de la trascendencia”. Es decir, cualquiera que sea el planteamiento de base que se sustente respecto a la noción de lo trascendente, este es asunto que interesa a todos. Después en 1.993 alto y claro dije lo que dije en el discurso de Honoris Causa, con la presencia de todo el Sistema sentado en la bancada de la Universidad Complutense. Por fin en 1.994 escribí El Sistema. Y desde entonces hasta hoy han pasado 15 años y os digo que en mas de una ocasión mi situación penitenciaria habría sido diversa si me hubiera plegado a reconocer públicamente la bondad de un sistema que yo consideraba de efectos indeseables.

Hoy lo vemos, lo sentimos, lo sufrimos. Pero tenemos obligación de preguntarnos ¿dónde estábamos entonces? ¿En que lugar vivían las airadas protestas de hoy? ¿Quien se atrevía siquiera a escribir en este sentido? ¿Quien osó cuestionar decisiones? Miedo, pánico, avaricia, conformismo, rutina…Da igual. Hagamos examen de conciencia ¿Elites?. Elites éramos de un modo u otro todos. Unos por estar en un lugar. Otros por situarse en otro. Pero todos consintiendo. Universidades cautivas. Intelectuales que arrendaron su esencia: la rebeldía. Sociedad amorfa. Y hoy despertamos porque las cosas del dinero no van bien. ¿Qué sucedería si de golpe todo se arreglara y tuviéramos la sensación de que vuelve la especulación, el dinero fácil, los créditos, las acciones…?. Prefiero no pensarlo. ¿Cuantos protestantes de hoy se reconvertirían al dogma-de-siempre a la velocidad del relámpago?.

Me pregunta Cero: “.. dado que en el interesante documento que adjunta se muestra convencido de la importancia de valores “que preserven la dignidad de los seres humanos”, le pregunto si encuentra sencillo, una vez tengamos esos valores, ponerlos en práctica sobre la sociedad y la economía, o si tal vez no sea este poner en práctica el verdadero problema sobre el que habría que volcar los mejores esfuerzos, y si cree que un simple cambio de personas en los sectores dirigentes bastaría para eso (supongo que no lo cree)”.

Mi respuesta es clara: los valores no se tienen si no se practican. No hay oposición ni diferencia posible entre tenerlos y ponerlos en práctica. Los valores solo se evidencian, solo existen, solo son reales cuando integran una conducta. En otro caso no son valores, solo son palabras.

Claro que un cambio de dirigentes no va a alterar el cuadro de valores-vividos de la sociedad. Es necesario poseerlos, conocerlos, admitirlos, pero por encima de todo es imprescindible practicarlos, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo, en todos los actos del vivir. La dignidad no admite fisuras. No se es digno para unas cosas e indigno para otras. O se es o no se es. Conducta, siempre la conducta como único patrón de referencia. Dejemos de consumir palabras. Empecemos a darnos cuenta de que somos nuestra conducta, no nuestros discursos letrados o iletrados, eruditos o carentes de citas bibliográficas.

Ya suenan la voces asegurando que pronto pasará la tormenta. Un ejercito de reconversos se prepara. Pero la cosa no será tan fácil. Desgraciada o afortunadamente, este es otro cantar. Han creado ingentes cantidades de dinero con la máquina. Seguramente no tenían mas remedio, pero eso es consumir anticipadamente porvenir de generaciones. Claro que si miramos nuestro ombligo eso nos interesará menos.

Pero estamos aquí, supongo, para atender un proyecto que debería llamarse Humanidad. Y entender que el verdadero progreso es el Social y no el Técnico, no es tan difícil. Y comprender que mientras coexistan núcleos de marginación salvajes el modelo es inaceptable, no es tan complejo. Y pensar que los mecanismos redistributivos no deben tolerar semejantes abismos en la posesión y disfrute de riqueza, no me resulta tan esotérico.

Es algo fácil de entender. A ambos lados de la trascendencia. Pero es mas difícil llevar una vida, practicar una conducta dirigida, día a día, a esa finalidad, sin ceder en el camino. Y os digo: ese caminar es un caminar del espíritu. Porque es el único que no cede, que no sabe como se hace eso que la mente practica con tanta asiduidad: arrendar la dignidad.