Porque detrás de la crisis hay empresas y, ante todo, personas

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(Este post es elaborado por IGB que amablemente ha querido ocuparse de algo que puede preocupar a muchos. Además ha elaborado una ponencia para el blog que os adjunto en formato pdf. en mi nombre, e imagino que en el de muchos, quiero darle las gracias)

Porque detrás de la crisis hay empresas y, ante todo, personas

Oímos constantemente hablar de la crisis, siempre en tono pesimista y desesperanzado. Los expertos auguran un largo periodo de vacas flacas. Lo financiero se traslada al consumo. La confianza cae y el español medio reserva los recursos que tiene a la espera de que escampe.
No quiero hacer una larga introducción sobre algo que todos conocemos y sentimos. Sintetizo con el párrafo anterior una realidad: las empresas en España (por encima de un millón) ven cómo su actividad decae, su tesorería flaquea y los puestos de trabajo se ponen en riesgo. Pocos o nadie plantean soluciones. Este es el objetivo de este pequeño análisis. Un poco de oxígeno para el camino. ¿Qué pueden hacer los autónomos y las empresas ante esta larga travesía del desierto?
Posiblemente existen múltiples modos de orillar la crisis empresarial. Yo conozco con cierto detalle tres formas de hacerlo: de una parte, una operación de refinanciación de la deuda (reestructuración); de otra la búsqueda de un socio financiero (sea mediante préstamo, sea mediante toma de participación); por último, la herramienta concursal.
Las dos primeras son complejas y solo aplicables en ciertos supuestos. La tercera, el concurso de acreedores, es universal, tanto para personas como para compañías. Centrémonos en su utilidad.
Decía un gran maestro concursal que si a principios del siglo pasado un empresario iba a pedir un préstamo para su empresa al banco, debía de hacerlo con “pasamontañas”. De ese modo nadie le reconocería y estigmatizaría a su compañía por endeudada. Hoy en día, la figura del apalancamiento está considerada como una herramienta al servicio de las empresas que necesitan o pretenden crecer, sin que suponga estigma alguno, más bien lo contrario.
Sin embargo, la herramienta concursal todavía adolece de prejuzgada. En España, por regla general, el empresario que insta el concurso de acreedores lo hace porque su empresa languidece y pocas o ninguna posibilidades tiene la compañía de salir viva del proceso. Por encima del 90% de las compañías que van a concurso terminan en liquidación. Y esto es terrible, porque un concurso bien planteado salvaría empresa y empleos, producción y riqueza, tan necesarios en momentos como el que nos ha tocado vivir.
En España contamos con una Ley joven que gobierna el procedimiento por insolvencia. Esta norma considera el concurso como un derecho del empresario. Un derecho que dejará de serlo para pasar a ser una obligación en un determinado momento. La clave de un concurso está en acudir a los Juzgados de lo Mercantil cuando prevemos la insolvencia y no cuando ésta deviene inevitable. Es clave que el empresario se asesore y que plantee una estrategia de cara al proceso. No es difícil ni excesivamente costosa y, sin embargo, multiplica las opciones de éxito y las posibilidades de que la compañía y muchos empleos salgan adelante.
El concurso supone un frenazo al día a día de las compañías. Implica bloquear toda la deuda anterior a la declaración de apertura del proceso (Auto de declaración de concurso) para su detenido estudio y su renegociación con los distintos acreedores (institucionales, bancarios, proveedores y trabajadores). Sí, he dicho bien: renegociar la deuda: reconsiderar su magnitud, reestructurar los plazos para su satisfacción y pactar su disminución con los acreedores. Se llama “convenio” y ofrece la posibilidad de convenir con los acreedores una reducción de hasta el 50% de la deuda y un pago de la misma en un plazo no superior a 5 años. El concurso, asimismo, facilita el redimensionamiento de la empresa. Incluso, con la ayuda del Juez de lo Mercantil y sus brazos ejecutores, los administradores concursales, facilita la recuperación de las deudas que terceros tengan con la concursada.
No quiero entrar en la estructura de la norma ni en el desarrollo del procedimiento. Esta modesta aportación se convertiría en algo enormemente farragoso. He preparado una ponencia sobre el particular por si alguien desea profundizar en esta disciplina. En todo caso, sí quisiera animar a los empresarios y directivos de empresas, incluso a los particulares en dificultades, a explorar la herramienta concursal como modo de superar momentos de tensión como los actuales. Es cierto que el concurso aún adolece de ciertas lagunas y no está exenta de riesgos, pero qué hay en la vida que no lo esté. Los riesgos, en mi modesta opinión, no superan a los potenciales beneficios, tanto para la salud de la compañía como para la del empresario que, no lo olvidemos, queda normalmente minada por la angustia que la crisis provoca con carácter general en el empleador.
Escribía el Master hace unos días: el sistema está en crisis. Debemos hacer algo. Permitidme que este ligero análisis constituya una premisa de concienciación y, a la vez, un planteamiento de solución al alcance de muchos de nosotros.
Muy buen fin de semana y que disfrutéis del anticiclón meteorológico, a la vista de que los parámetros macroeconómicos publicados no invitan al disfrute.

IGB, marzo de 2009