Proyecto muerte, Proyecto Vida

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299olivo milenario 1

Proyecto muerte. Ayer tarde, a eso de las cinco, recibí a una persona. Encarnaba un, digamos, Proyecto Muerte. Telefónicamente había dicho acerca de su deseo de morir. Cuarenta años, mujer, ex empleada de banca. Su carrera, meteórica, sufrió un revés hace algunos años. Lo explicó, pero no tuve claro si era un revés fortuito o si alguna culpa tuvo en el desenlace. Su historia la relata obsesivamente envuelta en barullo, en confusiones, en un culto casi patológico al detalle, en una marcha hacia adelante y hacia atrás sin demasiado orden y sin concierto adivinable. De repente, aparece en escena la muerte de su padre. En ese momento del relato las lágrimas cobran un cierto protagonismo y parecen derivar de una emoción de corte algo diferente al dolor puro. No lo dijo pero en cierto modo parecía sentirse culpable, en alguna medida quería atribuirse una alicuota de responsabilidad por el hecho. Ese sentimiento de culpabilidad sin concretar me alerta ante una posibilidad de victimismo patológico.

Continúa el relato. El fracaso profesional le lleva a nuevas aventuras empresariales en la situación actual. Un nuevo fracaso espera salir a la luz. Se siente “el pilar de la familia”, la columna en la que todos se apoyan. Los bancos ejecutarán la propiedad de su madre que ella tuvo que hipotecar para tratar de salir de su problema. Su otra hermana, profesional de la mente, no sabe nada de lo que se avecina. Conclusión: no quiere vivir. Desea desaparecer, suicidarse, pero ¿qué será de su familia si desaparece? Así me lo dijo, sin mas preámbulos.

No se trata de una enfermedad física, no hay lesión del corazón por mas que las taquicardias sean abundantes. El asunto es mental. Sufre una depresión profunda. Se instala, según las apariencias, en el victimismo. Me preocupa seriamente esa plataforma mental: el victimismo acaba siendo una droga. El sujeto se considera el eje de la vida de otros, esa columna central que denuncia. Su desgracia es la mayor del mundo. Nadie sufre tanto como el sujeto en cuestión. Siente ganas de suicidarse. Pero en realidad son ganas de decirlo, no de practicarlo. Nunca abordará el tránsito. “Hacen falta muchos cojones”, acabó reconociendo cuando le apreté afirmando que en realidad no se iba a suicidar nunca. El victimismo es una forma excelsa de egoismo. Le dije que se pusiera en manos de un profesional. Que no volviera a decir que tenía ganas de morir. La vida es sagrada. Le aseguré que no sentía el menor temor de que llegara al suicidio. Sabía que no lo haría.

Su asunto es, nuevamente, una “historia alternativa”. Se ha contado su vida construyéndola con elementos irreales. Se los cree y se calma. Pero los identifica como falsos y se descompone. Ser el eje de la familia es en el fondo una atribucion de culpabilidad/responsabildiad a otros, a los-otros. El victimismo en estado puro reclama la culpabilidad de otros acerca de lo que nos sucede. Al menos los demás deben haber sido cómplices, haber propiciado nuestros fracasos. Estoy seguro que en los momentos que nos toca vivir abunda en exceso esta patología de la víctima. Le argumenté que sus “desgracias” sin ridiculas comparadas con las que sufren millones y millones de seres humanos. Esa frase la escuchan mal. Suelen decir, “si, pero a mi me importa lo mío”. Lo entiendo: la comparación destruye los presupuestos del victimismo. Por eso suelen matar al mensajero. Si alguien no les escucha, no les cree y le sitúa ante sí mismos…prefieren irse a otros pastos. Quizás esta vez funcione.

Proyecto Vida. Siete de la tarde de ayer. Ahora es una persona de 56 años. Hombre. Su discurso es radicalmente diferente. Un hombre que se siente agradecido a la vida. “Me dio todo lo que le pedí. Conseguí lo que quería ser”. No hay queja, ni lamento, ni frustración, ni historia alternativa. “En este instante supe que mi proyecto de vida no me llenaba. Lo supe al conseguir ejecutarlo”. Una autorealización que se traduce en un reconocimiento de lo liviano del proyecto. La levedad ante la solidez de la existencia. Ahora encarna un proyecto al que llama Proyecto Vida. Quiere ayudar. “Mi deseo actual es solo ayudar a otros, a la vista de lo mucho que yo he recibido en la vida”. Su Proyecto Vida está en marcha. Funciona “No sabes lo que se puede sacar de las personas cuando se enfrentan en grupo a sí mismas, cuando se cuentan, cuando se hablan..”. Desparrama energia positiva. No hay mesianismo en su discurso. Trabaja con un colectivo variado en el que abundan los inmigrantes, porque él lo fue. Quiere evitar que caigan en las bandas. Les dice que les entiende porque tiene la experiencia de haber sentido lo que ellos -los jóvenes inmigrantes- pueden sentir. Llegó a España hace 32 años

Me contacta porque quiere hacer algo con el colectivo presos. No conoce a nadie que pueda hablar de ellos con conocimiento de causa, es decir, con la experiencia de haber sido preso y con capacidad para traducir la experiencia en conocimiento. Hablamos. Le cuento las enormes dificultades del ser-preso en los días actuales. Analizo la composición “cualitativa” del colectivo por tipología delictiva, por nacionalidades, por edades. Le advierto de lo dificil de transmitirles algo capaz de ser creido. Comentamos el cinismo social: la sociedad que consume drogas y anatematiza el preso que se las proporciona. La sociedad que habla de reeducacion y no está dispuesta a emplear a un ex convicto, con independencia de su posible rehablitación. Una sociedad que habla de rehabilitacion de otros sin darse cuenta de que es ella misma la que necesita ser rehabilitada.

No le arredran las dificultades. Quiere seguir. Comentamos como posibilidad, como colectivo para actuar, los internos en tercer grado. Le parece bien. Pronto contactaré con un centro de ese grado penitenciario para recabar de su director la opinión. Si lo admite le presentaré a esta persona para que exponga su idea. “Funcionará, puedes estar seguro”.En un momento le digo: “aunque solo sean diez o doce los que tengan un Proyecto Vida, con eso es suficiente”. Me da la razón.Se despide. Su sonrisa me parece franca. Sus palabras me suenan sinceras. Siempre te queda la duda: ¿es capaz la sociedad actual de producir ejemplares humanos dispuestos al servicio de los demás, sin otras miras diferentes a la ayuda a otros?…

Una tarde de opuestos… Proyecto Muerte,en el fondo, falsedad, miedo, victimismo….
Proyecto Vida. Seguramente sinceridad. Voluntad de servicio. Deseo de ayudar a otros…

En un momento dado el protagonista de Proyecto Vida dice una frase: “es tanto lo que he recibido de la sociedad que algo de ello quiero devolver”….

Me agito en el asiento al escucharlo. Una punzada interior me sacude. Pierdo la noción del instante. Viajo por un segundo al pasado. Me veo en una larga Junta de Banesto. Quizás 1.992, hace dieciseis años. Estoy pidiendo a los accionistas del banco algo insólito: que renuncien a muchos miles de sus millones de pesetas en favor de una Fundacion Cultural. Les solicito, en mi nombre y en el de todos los miembros del Consejo de administración del banco, que hagan nacer a la Fundación Cultural Banesto.

La línea de fondo es: “Debemos devolver a la sociedad en forma de cultura parte de lo que de ella obtenemos en forma de beneficios”.

Recuerdo la aprobación por aclamación del proyecto…Accionistas bancarios aprobando una fundación cultural….Me sentí bien.

Siento de nuevo una punzada al recordar que junto con el Master para Post Graduados, la Fundación Cultural fue de las primeras creaciones en ser destruidas tras la intervención del banco

Regreso a mis sitio. El Proyecto Vida y su protagonista siguen allí. Quedo comprometido en el diálogo con el responsable de un Centro para ver si podemos implementarlo. Creo que es sincero. Me alegro por ello.

Se va. Yo tambien. Voy a ver a mi hija. Por el camino pienso: “tarde de opuestos”. Quizás solo aparentemente. En realidad no existen. La fealdad nos es el opuesto de la Belleza. En el Absoluto solo existe Belleza. La fealdad es obra humana en la manifestación.