Huerta, dia segundo, cantando en la nieve

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Monasterio de Huerta. Sábado 27 de diciembre de 2008.

La Nocturnas. Oración de madrugada. Mucho antes de que nazca el sol, sobre todo en esta época del año. En Huerta comienzan a las cinco. En Sobrado algo antes. Atravesé el umbral de la Iglesia. El silencio a estas horas -las horas del néctar que dijo alguien- es mas intenso, mas limpio, quizás se trate de un silencio renovado, renacido entre las cenizas de los encantos de la noche. Un solo hermano atento a sí mismo en el semicírculo. Una mujer reza en la parcela de los huéspedes. Antigua, quizás no tanto, aquella canción que aseguraba “la noche es mas fiel que oscura”. Así es. La noche es fiel porque la oscuridad disuelve la forma, y en la cueva platónica ante la ausencia de formas se difumina la individualidad. El ego, y también aunque menos la egocentricidad, consume luz física. ¿Acaso en la oscuridad reconocéis, identificáis las personalidades, los artificios compuestos de palabras? El papel de la luz física….Una mas de las diez mil cosas, pero las metáforas introductorias se acaban convirtiendo en sólidos ladrillos con los que se edifican construcciones plagadas de humo en sus cimientos, incapaces de resistir una duda existencial honestamente planteada.

La mujer de apariencia mayor que asistía a las Nocturnas con su rezo silente resultó ser la que me recibió ayer en mi llegada. Me miró con gesto neutro. Se levantó en silencio, salió al pasillo, retornó al instante y se acercó para entregarme un pequeño folleto en el que se contienen los cantos y las oraciones del día de hoy. Regresó silente a su asiento. Sonaron nítidas las campanas. Llaman a rezos con sus tañidos. Llegaron despacio los hermanos. Bueno, despacio algunos, otros algo mas apresurados, porque el tiempo apremiaba.

Comenzó sereno el rito. Canto en nocturnidad. Me sentí bien. Me gusta desde siempre esta hora de la madrugada. En Deusto, en la universidad de los jesuitas en la que comenzó un fermento intelectual, me despertaba a eso de las cuatro. Entonces me dedicaba a estudiar. Los monjes se levantan a rezar. Yo, cuando rezo, rezo sin palabras, sin cánticos, sin músicas, sin habla. Ellos lo hacen así. Elevan la voz envuelta en canto. Me acordé de Cioran y de su elogio a la música, él que deseaba dimitir de la condición de humano…Pero a mi, en determinados momentos, incluso la música, cualquier música, salvo la compuesta con las notas del silencio, me sigue sonando algo profana. En otros instantes, por el contrario, me resulta imprescindible, porque conmigo se hermana. Es necesario aprender a escuchar los silencios entre las notas, como los espacios entre respiraciones. Cada día disfruto mas de ese momento, esa brizna de quietud entre dos respiraciones. Ayer pensaba que tal vez el morir es la Verdad, a la vista de lo placentero de la interrupción. No que con la muerte descubramos la verdad, sino que la Muerte de esta vida es la Verdad en sí misma considerada. Alguien me preguntaba ayer en el blog como hacía para rezar sin palabras porque a ella siempre que lo intentaba las palabras venían a su mente…No pasa nada. No hay receta. Al principio es la palabra la que domina el rezo. Luego el rezo se antepone a la palabra.

En Mayo compré un libro sobre el camino cisterciense escrito por Oliveira, Abad General de la Orden. Entre otras cosas hablaba del rezo. Me interesó mucho su tesis. Incluso me sorprendió cuando leí que su autor sostenía que al final del rezo, es decir, al final del sendero del rezar, se alcanza la perfección de rezar sin palabras…Curioso, muy curioso. Poco después, finalizada mi intervención en el Capítulo de los Hermanos al que fui invitado por el Abad Carlos a exponer las líneas de mi caminar, el Abad volvió a sorprenderme, ahora con su conocimiento de Krishnamurti. ¿Un ateo -supuestamente- hindú -ciertamente- en la casa del Dios católico? ¿Es eso realmente? ¿Es esa la casa de ese dios eclesial romano? ¿Del dios de Inocencio II, de Juan XXII y de tantos otros cortados por patrones del mismo sastre?

Fijaros en lo que dice el Maestro Eckhart. la cita está tomada de un escrito remitido pro un asistente al blog. La transcribo literal: “¿cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser liberado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios”.

El no poder rezar de Eckhart es el rezar sin palabras, sin pedir nada, porque solo se pide usando la palabra. Pero el ser uniforme con Dios es exactamente lo que quiero decir, pero el Maestro lo señala mucho mejor que yo.

No hay que buscar. La concentración en la búsqueda genera la necesidad de respuesta y la ausencia provoca tormentos que corroen la llamada autoestima. Y vincular la búsqueda espiritual a la autoestima es perder ambas (“Cosas del Camino”). Si se reza con palabras sabiendo lo que son las palabras, está bien. Pocos pueden detener los pensamientos. No importa. Es suficiente con verlos pasar….

Cuidado con la palabra. Sin querer, apenas sin percibirlo, podemos caer en la tentación de creer que el camino consiste en sustituir unas creencias por otras, lo que en el fondo no es sino cambiar de palabras. En mis conversaciones con Joaquín Tamames siempre expresé mi preocupación por este aspecto. Me da miedo la palabra como droga. Repetimos una frase compuesta de palabras dulces y…¿ya está?. Joaquín sabe que algunos maestros no me entusiasmas en exceso. Seguramente es que no llego, no alcanzo a la profundidad del mensaje, pero confieso humildemente que en ocasiones encuentro exceso de dulzor. Respeto, obviamente, sus creencias, pero no soy devoto de las palabras, ni siquiera son ladrillos de mi monasterio particular, porque, una vez mas, la palabra no es la cosa. Literatura y Mística; mas exactamente, cierto tipo de literatura es mas barbecho abonado para la siembra y cosecha de creencias que para la verdadera Mística. Sustituir la creencia por la experiencia. Ahí se encuentra la clave. Cantan los monjes en Vísperas:

“Que llegue a tu presencia el meditar de mi corazón”.

Joaquín Tamames, a requerimiento de un asistente al blog, ha explicado la Teosofía en ideas cardinales. Yo añado que en el libro de Vicente Merlo, “La Nueva Era” (creo que se llama así) efectúa un análisis a mi juicio lúcido de ese magma de diversas creencias que conforman lo que ha venido a llamarse con tal nombre, cuya difusión alcanza proporciones nada desdeñables, hasta el extremo de que la propia Iglesia Católica le dedicó un exhorto condenatorio con escaso acierto en mi modesta opinión. Vicente Merlo señala que en la base de esa Nueva Era se encuentran preferentemente las posiciones del Tibetano y de la versión crística de Steiner.

Pero Joaquín añade además algo a respecto de Krishnamurti y quisiera puntualizar. El libro mencionado “A los pies del Maestro” no es de mis favoritos. Fue escrito cuando Krishnamurti era considerado el nuevo Señor Maitreya, el nuevo Avatar, por los integrantes de la Sociedad Teosófica. En 1929, Krishnamurti, sin previo avisó, renunció a la alta categoría que le habían asignado y a la nada despreciable retahíla de bienes materiales que los benefactores de la Orden de la Estrella le asignaron por su dignidad. Reconozco que me cuesta sedimentar la creencia en la Jerarquía, en Los Maestros, en su capacidad de dictar libros a terceros en los que se contienen mensajes destinados a ejecutar el Plan del Mundo diseñado por ellos o a través de ellos, que no lo se muy bien. Respeto todas las creencias, pero humildemente eso me cuesta.

Precisamente por ello en mi cuadro valorativo esa actuación de renuncia de Krishnamurti, insisto, a bienes materiales de enorme alcance, le atribuye un valor adicional a su doctrina posterior que he analizado con detenimiento.

Discurso de Krishnamurti

Retornando a lo bucólico a eso de las once de la mañana me di un paseo por los claustros del monasterio, que ya conocía de mi visita anterior, pero que en esta ocasión disponían del aliciente de la nevada que se dejó caer por estas tierras durante la noche y para algunos como yo la nieve tiene algo de magia. Me enteré por el comentario de un hermano al finalizar la Eucaristía porque ni siquiera abrí la ventana de mi habitación aterrorizado por el frío de ayer. Una de las fotografías que tomé con el claustro reteniendo nieve en sus setos os la muestro en este post o como se diga.

Concluida esta faena volví al bar del cortado a repetir el rito; ahora en lugar de dos me encontré con un grupo de unos cinco o seis paisanos, de edad quizás avanzada, alguno decididamente en primera fila de marcha, aunque de esto nunca se sabe; la dueña asomó un barniz de suavidad en su mirada que venía de ojos grises y piel clara, y hasta dibujó en el aire del bar algo parecido a una sonrisa cuando le pedí mi segundo café cortado. Mientras, los de la tertulia, hablaban del hielo, de unas lechugas que se quedaron blancas por la helada, de una máquina de hacer no se qué cosas que no arrancaba…Les dejé y me fui a por mis viandas de repuesto que mañana es domingo y el Spar cierra todo el día y mi estómago no, y eso que lo tengo acostumbrado a la austeridad casi espartana

Sucedió esta mañana, antes de notar la helada. No se si fue el paisaje nevado, una luz que debiendo ser blanca a esa hora del día sin embargo amarilleaba contra la imponente silueta del monasterio contemplado desde poniente, quizás lo bien que me sentí en las Nocturnas, no se, lo cierto es que percibí dentro eso que se siente cuando se siente uno realmente bien, pero de ese bien profundo que no encuentra reglas de medir entre las que consumimos a diario, ese bien que sonríe por dentro, que impulsa a cantar y…canté. De repente en voz alta, como si fuera uno de los hermanos en la apertura de Vísperas, grité eso de “Señor, ven en mi auxilio….”. Me gusta la música. Pero lo canté bien alto. Un hombre, de unos cincuenta y tantos, pelo largo por detrás y casi nada por delante, barba sin trabajar, desaliñado de ciudad que no de pueblo,delgado de los de verdad, anorak azul y bufanda negra, se quedó estupefacto al contemplar a un sujeto cantando esas cosas tan raras en unas horas en las que toca helada, es decir, frotar las manos, resoplar y un par de copas de anís, cognac o aguardiente de hierbas. Creo que me reconoció. Nos miramos en silencio. El hombre sonrió. Yo también. Las dos sonrisas fueron francas, sinceras, como si estuvieran juntas desde hace tiempo. Bueno, al mejor ese tipo de sonrisas lo estaban. Así que ni corto ni perezoso, nada mas cruzarme con él, seguí cantando en la misma alta voz la parte que quedaba :”Dios mío, date prisa en socorrerme…”. Me volví. El hombre siguió su camino sin detenerse ni girarse pero movió la cabeza de un lado a otro como diciendo ¡¡”Hay que ver que mal están algunos”.!! Yo no pude contenerme y comencé a reír. También en voz alta.

Un abrazo