La música reclama compás, el orden melodía

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Ayer noche tuvimos una cena muy agradable en torno a un documento que hace algunos años cayó en mis manos y leí con la fruición de los viejos peregrinos de la certeza cuando contemplaban un símbolo capaz de impulsarles, aunque fuera un leve escalón, en su recorrido vital. Trataba de algo tan abstracto como “Hebraísmo y concepción espacio temporal de la arquitectura”. Su autor un arquitecto para mi desconocido: León Benacerraf. Nunca supe como llegó a mis manos, creo que en aquellos días envueltas en los quehaceres propios del almacén de Ingresos y Libertades de Alcalá Meco, uno de mis espacio/temporales favoritos, al menos en consumo de tiempo existencial. Lo cierto es que la leí, como os digo, sin darle la menor distancia a ese toro que, al menos por su nombre y apellidos, debería merecer algo de respeto, sobre todo de un recluso del Estado, aunque sería mas exacto decir de algunos hombres que detentan el poder de ese aparato en el que lo jurídico ni siquiera es aspiración, se relega al cínico eufemismo y al cruel atributo de inspirador de sonrisas ácidas.

Claro que se encierra al cuerpo pero eso de encerrar al espíritu les resulta un poco mas complicado a los amantes de la ortodoxia impuesta no por ósmosis, como el conocimiento, sino por percusión, como los dogmas indeglutibles. Quizás por eso en otras épocas mas prácticas, mas operativas, que se diría en el día de hoy, a la disidencia se le aplicaba la norma de la hoguera que es mas resolutiva, y si no que se lo pregunten -es un decir- a mis amigos cátaros de finales del XIII cuando contemplaron al rey de Francia y al enviado del Papado (Jesús, quien te ha visto y quien te ve…) en los aledaños de la gigantesca pira en la que desaparecieron por el fuego, el físico y el místico, mas de cuatrocientos cuerpos humanos de diferentes edades y complexiones, que hoy se recuerdan con temor cuando algún visitante, algún turista de los horrores humanos, se atreve a pronunciar en alta voz las palabras emblema de la tragedia: “El Valle des Cremats”.

Preciosa la tesis de León. Escribí sobre ella. Guardé lo redactado en el disco duro de mi ordenador. Y renació el otro día, no se cuando exactamente, en uno de esos post (¡qué poco me gusta este palabro!) que componen la sinfonía de este blog. Y la semana pasada abrí el correo que me enviaba un amigo arquitecto que, además, nos sigue en estas andanzas en las que nos revolvemos a diario. Resulta que es amigo de León Benacerraf. Y proponía una cena. Tardé entre dos y cuatro segundos en buscar la fecha, enviarla y decir que me ilusionaba el encuentro, y estas capacidades mías de ilusión por nuevos conocimientos humanos no son, diría, mi característica mas definitoria de mi estado actual. Pero esta vez funcionó. Quedamos. ayer a las nueve y media de la noche.

En el inicio de la cena puse sobre el tapete una vieja reflexión mundana: ¿Os dais cuenta del poder de lo escrito?. ¿Quién iba a decir que un documento del nivel de abstracción del que has producido, León, podría traducirse en un encuentro como este muchos años después?. Es la grandeza del escrito, del papel independizado de su autor, de su vida propia que recorre caminos, ejecuta designios y provoca realidades no concebidas por nuestra mente al poner blanco sobre negro lo que en esos instante alimenta ese lugar recóndito al que llamamos interior. ¿Quien iba a pensar que alrededor de la mesa de Triana se abordaría algo tan concreto como el papel de la tierra en la religiosidad hebraica?. ¿Acaso la noción de espacio es consustancial a la Idea de Moisés?.

Que nadie se asuste en exceso. Tal temática abarcó solo un espacio/tiempo porque al final, por aquello de entender lo que nos sucede, cedimos a la tentación de hablar de nuestro poco halagüeño presente, así que el hombre ese de la estafa multimillonaria al que dedicamos un post, el bueno de Madoff, la actitud de la banca, el modelo financiero que nos hemos dado a nosotros mismos, la necesidad de alterar sus fundamentos que conducen temerariamente a la epilepsia de nuestro vivir económico, el papel del crédito en su dimensión social, la necesidad de considerarlo como una constante, no como una variable, en la actividad de producir riqueza…en fin todas estas cosas que ya imagináis, nos acompañaron en los ratos que llegan después de terminada la parte alimenticia de la cena, y, curiosamente, a la acidez propia de los diagnósticos economicosociales no se unió una descomposición física, sino -diría- todo lo contrario, quizás fundamentada en la noción de que una descomposición es siempre la oportunidad de componer algo mejor que lo descompuesto. Sobre todo cuando la descomposición nace del lado humano de la vida y no del plano superior de la creación.

Os cuento todo esto porque al menos en dos ocasiones, sin que mis invitados se dieran cuenta, me deslicé desde el salón al ordenador que tengo próximo a mi dormitorio con la finalidad prosaica de activar vuestros comentarios. Nací -por lo visto- con el sentido del deber, así que si puse en marcha el sistema de la activación motivado por otros impulsos menos heroicos que albergaron almas confundidas en los días de sábado y domingo pasados, pues tenía que responderos dando a la casilla correspondiente. Ni me gusta el concepto ni menos la ejecución semejante labor. Pero tenía que hacerlo. No podía aclararles la motivación de mi ausencia así que el silencio presidió mi corta huida para cumplir con mi trabajo que, en este caso, a diferencia del caminar de los judíos, no implicaba una Alianza con ningún dios, sino con algo tan prosaico como un blog.

Pero no es solo un blog. Eso es la forma epidérmica de contemplarlo. Se trata de personas. Detrás de cada comentario vive el individuo. Con sus grandezas y sus miserias. De personas hablamos. De personas que quieren entender, o por lo menos situarse en el camino del entendimiento, que quieren superar los miles de velos (muchos mas que los siete de Isis) con los que nos disfrazan una realidad que, además de insoportable en demasiados territorios terrenales, se nos antoja incomprensible en los espacio/tiempos del intelecto que se supone debemos a nuestra condición de humanos.

No, no se trata de un blog. Se trata de personas.

Personas que habéis escrito frases muy sentidas en esta página de ayer. Y que me habéis enviado al correo del blog palabras con las que esculpisteis sentimientos fermentados en unos caldos complejos pero de linealidad evidente en su trayectoria. Personas a las que expreso mi sincero y sentido agradecimiento envuelto en unas sílabas que componen la palabra abrazo

Personas que merecen un esfuerzo. Quizás el que otros les niegan

No puedo ejercer el control. Mi naturaleza se rebela cada vez que tengo que acudir a la activación de las casillas. Es como si me negara a mi mismo, o a una parte de mi mismo, en cada movimiento de permitido/no permitido. ¿Con qué criterio lo hago?. ¿No es acaso arbitrariedad en versión cibernética?. ¿Dónde están las reglas de juego?. ¿Cabe sanción sin norma previa?.

No, no me sentía bien. No podía seguir y por eso, caída la luz de la tarde, os envíe el vídeo con esa música. Cuando tenga que morir me gustaría que alguien me cantara al oído, como yo le canté a Lourdes. En el vehículo de la melodía, el espíritu quizás ascienda mas rápido, como sucedió con el suyo en aquella limpia madrugada del otoño madrileño del inolvidable pasado año. Por eso la música, para dulcificar la muerte de esta pequeña criatura producto de los nuevos, aunque siempre viejos, tiempos que nos toca vivir, observando, entre atónitos y aterrados, algunos de los surcos que trazan los hombres sobre el campo barbechado en el que vive su propia historia la Humanidad.

¿Cómo poner reglas?. ¿No sois acaso mayores?. Yo no soy el guardián de mi hermano. ¿Como pedir que diferenciéis este lugar de otros aptos para menesteres del bajo vientre?. ¿Puedo explicarle el color a un ciego, el acorde a un sordo, el movimiento a un paralítico?. No. No quiero reglas. ¿Pero no hablé yo de un Código de Valores compartido?. ¿Acaso no se puede referir a este blog?.

Bueno pues valores, lo que se dice valores, casi da vergüenza enunciarlos, y debo hacerlo porque lo solicitáis la inmensa mayoría. Mis valores son: por favor, centraros mas o menos en el asunto del debate. Por favor, no uséis las cloacas del lenguaje mas que si lo exige el guión de la obra. Por favor no os escondáis demasiado en el abuso de lo libre. Por favor, no utilicéis mas de uno de esos horribles nombres a los que llamáis nick, salvo para enriquecer, no para degradar el blog. Por favor, ser conscientes de que otros leen porque sienten sed, aunque algunos, hartos de vino como por el sur alegan, consuman para alimentar una artificial alegría de una tarde/noche solitaria o en compañía de un ruido estridente que suena desde dentro o desde fuera de uno mismo. Claro que quien no tiene oído no capta lo desafinado.

Por favor.

Hoy, creo, me dará mi informático respuesta a lo que le pedí ayer. Os anuncio el modelo. Se creará una base de datos con las direcciones de correo desde las que enviáis comentarios. En ella se recogerán aquellas direcciones desde las que se viole ese código de valores compartidos que acabo de exponer. Quienes en esa base vivan se darán cuenta de que sus envíos necesitan de ese horrible palabro al que llamamos “validación”. Los demás no. Es decir, unos saldrán automáticamente. Otros necesitarán de mi concurso, misión que ejecutaré con el máximo posible de los desagrados. Si esa base de datos estuviera un día repleta de ninguna dirección, habríamos ganado una batalla contra nosotros mismos.

Cualquier otra idea será bienvenida en el afán de seguir porque así lo solicitáis. El esfuerzo de escribir merece la pena. El de censurar no, rotunda, definitiva y enfáticamente no.

Espero que hoy tendremos el modelo. Sino, mañana. Mientras tanto, paciencia. Soy lento en esto de ejercer la censura. No tengo vocación de verdugo. Aunque suena raro, prefiero bajar cantando por las laderas de Montsegur que situarme a los costados de la Hoguera. Tal vez es que creo en que esto no tiene ni principio ni fin.

Gracias a todos.