Experiencia, polvos y lodos

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193felipe

Realmente estoy agradecido a todos los participantes en el blog en el día de ayer por la atención que dispensasteis al asunto Pérez Mariño. Siento pudor en muchas ocasiones cuando tecleo y redacto sobre trozos de mi vida financiera o judicial, en sus diversas facetas incluyendo la carcelaria, por si alguno pudiera creer que el objetivo de este blog se localiza en ese relato entendido como justificación de un pasado o, incluso, como intento de recuperar no sé qué en las conciencias de no se quiénes. No. En modo alguno. He escrito en muchas ocasiones que el pasado es un lugar al que no se puede ir, al menos yo no soy capaz de localizar el autobús que me lleve a semejante lugar, ni la estación de la que parte. El pasado tiene la entidad etérea del recuerdo. En ese plano, el material del que se compone es solo pensamiento. Pensar sobre experiencias pasadas es conveniente en tanto que sus enseñanzas se puedan traducir en actos y conductas del presente, o de un llamado futuro que solo tiene entidad real cuando en presente se convierte. Pero refocilar en el pasado, dedicarse a navegar sin rumbo por sus aguas tormentosas, es destructor o cuando menos nocivo para la serenidad emocional y, lo que es peor, para seguir con constancia y trazado sereno eso algo etéreo que llamamos camino espiritual.

La verdad es una experiencia. Es una frase que repito constantemente, que me repito a mi mismo como norte y guía. Ayer hablábamos de los hechos y de las valoraciones. Los primeros son inapelables y por eso distorsionan ciertas conciencias, que no quieren enfrentarse a ellos, asumirlos en cuanto tales y que deciden, para huir de los hechos, edificar sus vidas en torno a esa idea de “historia alternativa” de la que ya os he hablado. Las valoraciones son siempre subjetivas y dotadas de componentes de naturaleza emocional derivados de diversos campos de cultivo, en ocasiones intereses espurios, en otras inquietudes intelectuales, en ciertos casos buenas y malas fés, en fin un mosaico de fuentes de esos sentimientos que trabajaban sobre la inteligencia emocional. Por ello las valoraciones, los juicios de valor, los tomamos siempre con la distancia imprescindible que reclama su propia naturaleza. Bueno, eso de que los tomamos siempre con distancia es muy relativo, porque en ocasiones nos afectan de modo superlativo, nos sentimos ofendidos en nuestro egos y cosas así que pasan todos los días, dentro y fuera de este nuestro espacio…

Y dentro de este terreno de los juicios de valor, de las aproximaciones emocionales, se asientan determinadas creencias que funcionan como anestésicos, o cuando menos analgésicos, de angustias existenciales de diferente porte. La creencia por la creencia es una forma concreta de alienación, tenga origen y textura oriental, occidental o sincrética. Pero es muy difícil saber sucumbir a la magia de sus efectos terapéuticos, porque la angustia agobia mucho, se presenta por las noches, a veces en las madrugadas, en ocasiones nos sorprende en lugares insospechados, turbando nuestra quietud, generando sensación de inseguridad cuando mas sólidos creíamos nuestros cimientos vitales… Vivir con esa angustia en sus múltiples variedades no es fácil, pero calmarla a golpe de creencia impuesta al alma por percusión no siempre retribuye de modo estable y duradero. Para mi es mejor el peregrinaje de la certeza. Por eso en mi experiencia personal me describo a mi mismo como alguien a quien el tiempo y lucha convirtió en una especie de peregrino de la certeza, que sabe que carece de Finisterre y que siente que vive instalado en el insomnio del espíritu. Mas duro, qué duda cabe, pero…

El hecho es, como digo, inapelable. Por eso hablo de la “dictadura del hecho” y por eso en mis relatos procuro evitar en lo posible los juicios de valor, dejando que seáis vosotros, y quienes lean las palabras escritas, los que aporten su caudal valorativo. Yo desnudo en lo posible la experiencia, porque sólo de este modo es capaz de ilustrar sin condicionar. Y admito que mi vida no ha sido usual en este terreno de las experiencias.

No lo fue cuando aprendí ciertos aspectos del verdadero funcionamiento de la industria farmacéutica que considero no demasiado gratificantes cuando de la salud/enfermedad humana se trata. Reconozco que en mi aproximación a la mejor manera de organizar el asunto de la salud/enfermedad pesan de modo harto considerable las experiencias de aquellos años. Y pesa, ¿cómo evitarlo?, el calvario vestido de experiencia que en este plano médico me tocó vivir con la enfermedad de mi mujer. La serenidad espiritual que rodeó su enfermedad y su muerte contrasta con la impotencia sentida y vivida, experimentada y sufrida, en cada uno de los pasos sin norte efectivo que nos tocaba comprobar en cada movimiento de la llamada ciencia oficial. Algún día tendremos que hablar de todo esto.

No lo fue cuando con apenas 39 años recién cumplidos asumía la presidencia de Banesto por decisión de su consejo de administración, algo que se alejaba de modo radical del horizonte vital que había diseñado para este trozo de mi existencia. Os confieso que en aquellos días ignoraba el modo de organizarse el poder en nuestro país. Quizás en todos los países se funcione mas o menos de la misma manera, pero en aquellos días mi ignorancia era supina. Presentía, suponía, imaginaba..pero solo el que prueba sabe, dicen los sufíes, Y probé. Durante años. Conocí, en el mejor sentido de esta palabra.

No se trató sólo y exclusivamente de un acceso a la Presidencia de un gran banco por un procedimiento realmente novedoso, porque hemos de admitir que ser designado consejero del banco en Octubre, nombrado en Noviembre Consejero Delegado y en diciembre Presidente, tratándose del quizás mas emblemático de los siete grandes bancos españoles, no es algo que sucede todos los días. Realmente no había ocurrido, que yo sepa, en la historia de Banesto.
Era, sí, abogado del Estado pero sobre todo había comprado, de la mano de Juan Abelló, una participación importante en una industria farmacéutica que, ante la imposibilidad real de desarrollarla en un entorno como el del mercado farmacéutico, decidimos vender por una nada despreciable cantidad de dinero y, a continuación, invertirlo en un banco, convirtiéndonos de esta manera en los principales accionistas de la entidad, algo relativamente insólito en el panorama financiero español en el que las grandes entidades financieras, quizás con al excepción del Santander, carecían de verdaderos accionistas de referencia. Al menos individualmente considerados.

Pero fue el diseño que existió en aquellos días lo que verdaderamente marcó nuestra experiencia a lo largo de muchos años. Porque yo estoy personalmente convencido de que, tal vez envuelto en el vocablo modernización, en el que cabe casi todo, existió un plan de “renovación” del sistema financiero, lo que quiere decir, en roman paladino, una toma de control de los centros de poder de esas entidades, basándose, precisamente, en la ausencia de capitales de referencia. Tuve esa sensación aquel día en el que explicamos a Mariano Rubio, Gobernador del Banco de España, algo tan simple como que deseábamos comprar acciones de una entidad privada y acceder a su consejo de administración. Algo elemental.

Pues no tanto, porque ellos, según me explicó el entonces Gobernador, tenían su diseño y debíamos subordinar nuestros deseos a que ejecutaran el suyo. Nuestro concepto se basaba en algo tan simple como propiedad de acciones. El suyo en propiedad del poder. De aquellos polvos nacieron estos lodos. No sólo diseñaron un modelo de “banco perfecto”, una entidad financiera alejada de la economía real, cuyas nefastas consecuencias sufrimos al día de hoy, sino que, además, pusieron en práctica un modelo basado en el despliegue de un concepto extremadamente peligroso: la ortodoxia. Ortodoxo en el fondo equivalía a pertenecer a su rueda de intereses, pero como eso dicho así, crudamente, sonaba mal, se vistió con trajes de intelectualidad. Ortodoxo quería decir, en este terreno del eufemismo, ajustarse a una doctrina verdadera, a un modo de entender la banca, el mundo financiero, a subordinar cualquier iniciativa, por justa que pudiera parecer en términos de libertad y de economía de mercado, a los designios superiores de ese centro de poder del que emanaba la bula pontificia atributiva del status de ortodoxo. En definitiva, se configuró un centro de poder, o si se prefiere un modo de entender las relaciones de poder en el seno de una sociedad. Entonces, en aquellos días, comencé a percibir eso que yo llamo el Sistema, algo que cuando uno contempla desde la calle el caserón de Cibeles o la sede cualquier gran banco, ni siquiera pude imaginar. Solo el que prueba sabe, y a veces el sabor es amargo, muy amargo. Quizás por eso creo que en una Junta de Accionistas dije aquella frase de “arriba hace frío”.

Mal asunto enfrentarse al poder. Se ganan, si queréis, batallas, pero la guerra es larga, muy larga. Porque el poder muta de sujetos detentadores pero no altera su existencia, su modo de comportamiento. El poder se legitima a si mismo en la permanente victoria. No tiene mas opuesto que el no poder. No se quien dijo una frase lapidaria:”en la guerra, si ves que no puedes ganar, engaña”. No se quien lo dijo, pero solo con abrir los ojos diariamente se comprueba la existencia de enormes cantidades de discípulos de ese maestro anónimo. ¿Acaso la humanidad ha ganado la batalla contra el poder entendido como forma de dominación del hombre sobre el hombre?. Porque de eso se trata. Quizás hemos mejorado las relaciones del hombre con las cosas, pero ¿hemos introducido cambios cualitativos en la relación del hombre con el hombre?.

Pues los lodos de aquellos polvos se tradujeron en un camino plagado de experiencias insólitas. Si fuera cierto lo que decían los clásicos de que la sorpresa es el pórtico del conocimiento, yo soy un sabio, porque el abanico de sorpresas cosechadas, vividas, sentidas y sufridas en estos años es mas que considerable. Nunca sospeché cuando llegue al banco que me tocaría vivir algo así. Como tampoco cuando me ingresaron en prisión y tuve que conocer a fondo los caminos por los que circula la supuestamente ciega diosa Justicia.
En el fondo hay un común denominador: el hombre. La experiencia es conocer el comportamiento del hombre, como individuo y como colectividad. Porque los valores o los no-valores con los que se organiza una sociedad en un momento dado se proyectan en todas las esferas de actividad que constituyen el tejido social en ese instante preciso. Ese es el problema. Y el reto.

Por ello cuando relato experiencias solo pretendo una cosa: que conozcamos mejor al individuo, al hombre, a sus conductas, a los valores y no-valores que la disciplinan, que catemos, que probemos, que experienciemos su vivir. Porque individuos somos y en este camino andamos. Quienes han vivido estas experiencias, que no son tantos, no siempre son ajenos al tejido de intereses sistémicos y por eso no existen relatos de tal porte. Es una oportunidad. Y tal vez merezca la pena aprovecharla. De ahí los relatos. esa es su verdadera razón de existencia

Gracias