Cosas de la vida y sus sincronicidades

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71Busto

Ayer fue un día de extraordinarias visitas en el blog. Me refiero ahora al número, a lo cuantitativo, a lo que muestran esos extraños artilugios mentales que miden las sesiones, las páginas vistas, las descargas…en fin, toda esa parafernalia inevitable, puesto que cuando inventamos una nueva “realidad” (es un decir, claro) nace con ella su inseparable metalenguaje. Os comento este dato meramente cuantitativo (Cioran dixit) para que percibáis que, curiosamente y como resulta del lamento quejoso de Ana, el número de comentarios en el blog, me refiero al número de comentarios mostrados, es sensiblemente inferior al que mantuvimos el día anterior. Lo suponía. Hablar de la muerte produce reparo. Del Santander también, por si acaso.

Alguno apunta la curiosa facilidad con la que se transita desde las reflexiones sobre la muerte a las consideraciones del Santander. Sincronías, diría Javier. ¿Sincronías?. Eso parece. ¿De qué tipo?. No lo se, pero en ambos casos, Santander y muerte, Muerte y Santander, parecen producir un cierto tipo de miedo. Al fin y al cabo todos hemos de morir y de una u otra manera todos hemos de pasar por las ventanillas bancarias en solicitud de alguno de esos productos que sirven para que continuemos viviendo, y, claro, con eso de la concentración bancaria, como hay dos grandes y cada uno de nosotros es pequeño, el porcentaje de probabilidad de convertirnos en clientes del Santander es casi tan elevado como el de ser clientes de esa señora vestida de negro que embrida una guadaña. Pero quizás Javier iría mas allá y nos dejaría un pensamiento críptico de sustancia premonitoria: eso de sincronizar Santander y Muerte….esperemos que no pase nada que no tenga que pasar. Cómo dice F. d´Eiro en uno de sus comentarios irreverentes renunciando a su verdadera esencia,”si los fundamentales son buenos la acción volverá”. Esa faceta de FD como analista bursátil iniciado en su lenguaje (“fundamentales”….) me resulta tan desconocida como descorazonadora porque cercena gran parte de la suave acritud de vampiro de la vida con la que se viste a diario en este blog. Al fin y al cabo, humano, quizás demasiado humano…

Es fácil escribir que la enfermedad conecta con el alma. Mas fácil todavía derrumbar cualquier creencia tratando de demoler fundamentos mediante el uso de un lenguaje ordenado con una finalidad destructiva, al estilo Rambo. Bueno, no tan fácil, porque hay que saber escribir bien y ese don no lo tiene todo el mundo. Es fácil decir que la vida y la muerte pertenecen a la esencia de la existencia, que son vibraciones del Absoluto. Es un poco mas difícil, pero poco, almacenar esa información en el interior y convertirla en creencia, incorporándola a nuestro continuo mental a través de una suerte de dogma, aunque sea de los de sin castigo, de esos que aunque no los creas ni practiques no por ello eres basura humana destinada a la eterna hoguera de un fuego tan increíblemente perverso que quema pero no destruye de una vez. ¿Como quemar lo eterno?

Pero lo verdaderamente difícil reside en incorporar esos postulados a nuestra existencia interior, al torrente sanguíneo. Creer es mas fácil que vivir. Dogmatizar mas sencillo que seguir un orden real en la conducta. Por eso ya he dicho en mas de una ocasión que no creo en las palabras de los hombres. Solo sirven en la inmensa mayoría de las ocasiones para percatarse de su futilidad. Tampoco soy devoto de sus actos, porque las heroicidades, lo que se dice heroicidades, son sucesos capaces de ser generados por un alma cobarde. El campo…sí, el campo de la Física Cuántica, el Orden Implicado de D. Bhom, puede provocar milagros, y nunca mejor utilizada que ahora esta palabra o palabro, como diría Rambo. Solo creo en la conducta, en el ajuste de cada uno de nuestros actos al orden de valores que habita en nuestro interior. Todos y cada uno. Ninguno de ellos vuelve ya a ser profano. No se es santo por hacer cosas santas sino por santificar cada uno de nuestros actos profanos. ¿Panteísmo de iniciados?. Debatir sobre palabras es perseguir al viento y ya lo intenté en mi juventud, hasta que me di cuenta que el viento era más rápido que yo, bueno, realmente lo que sucedía es que daba la vuelta a toda velocidad y cuando creía perseguirle se encontraba a mi espalda…

No. Yo no tengo el menor reparo en hablar de la muerte, sencillamente porque me gusta la vida y porque siento ambas como estremecimientos de la existencia. Lo siento, no lo digo. Lo vivo y lo muero, no solo lo escribo. Y eso no siempre fue así. Porque la verdad es solo una experiencia. Nada mas. Y yo he tenido la oportunidad de experimentar cuanto digo. María se quejará porque dirá que esto que escribo pertenece al ámbito de lo intimo, pero si no desnudamos el interior, mejor renunciar a conversar sobre estas materias. Y eso que yo escribo con mi nombre y mi apellido, sin protegerme en el anonimato relativo de un nombre mas o menos ocurrente convertido en escudo no de una personalidad sino de una opinión. No me importa en absoluto que otros lo hagan. Me dicen que es la regla de la Red. De acuerdo, pero no es la regla de mi vida, así que sigo caminando con esas dos artificialidades llamadas nombre y apellido.

Y no tengo reparo porque a pesar de mi impenitente caminar por el mundo del espíritu apenas pocos años después de la conciencia de ser un producto que albergaba razón y que además la usaba, a pesar de haberme convertido en un irreverente peregrino de la certeza, a pesar de tantos años de rezar sin palabras y de orar sin pedir nada, la muerte de mi mujer me dejó el corazón lleno de preguntas sin respuestas, de espiritualidades repletas de un fermento de rebelión, de músicas que ni siquiera podían componerse con las notas del silencio, y me dejó dioses lejanos, tan lejanos, tan perdidos en los insondables profundidades de un llamado cosmos eterno, que apenas si podía verlos, siquiera vislumbrarnos con un alma cercenada de la que mucho se marchó acompañando a otra en el alba de aquella limpia y dolorosa madrugada.

Todos, al menos muchos de los que escribís sabéis de lo que hablo. F d´Eiro desde luego lo sabe y quizás la rebelión que manifiesta sea hija de un dolor que echó raíces por donde pudo porque el barbecho del interior lo asolaron semillas yermas, incapaces de producir cosecha, aunque solo fuera para recibir las inclemencia de las heladas de Febrero. El dolor….el verdadero dolor es sano, como lo es el agua helada.

El luto al que alude no. El luto es solo convención social, interna y externa. Demasiada gente vive confortable con el luto derivado -cuentan- del dolor del recuerdo. Es relativamente fácil decir vivo porque vivo pero no quiero vivir desde que se fue mi amado/amada. Quien así piensa en realidad se sueña a sí mismo. Nada mas. Y despreciar la vida es un acto de lesa majestad, una traición al Absoluto. Una brutal estupidez. Cualquiera que sea el sentido que demos a nuestra existencia, aunque sea el ninguno de mi amigo Manolo, aunque se el acariciar la sinrazón de del penoso y en ocasiones insoportable movimiento de lo que llamamos horas, días, meses y años, aunque solo consista en pasar la mano por su lomo sintiendo la vibración nacida del afecto, aunque sea eso, que no es mucho pero igualmente no es poco, vivir es lo que cuenta. Claro que el modelo de existencia para unos es destruir, arrancar vidas. Para otros tratar de colaborar aunque no creamos demasiado firmemente en el supuesto Plan de la Humanidad que se escribió a golpe de ciencia divina oculta tras siete veces siete velos en las colinas de un mítico Shambala.

Y por eso os digo que la muerte no es comprensible con la cicatería de la razón, la artificialidad de la creencia y la bioquímica del sentimiento. Abismos que conducen a una inerte nada. No a la Nada como madre de la existencia. Sino a una nada humana en la que refocilan sentimientos de corte menor, capaces de ser reproducidos a voluntad por meros agentes químicos, entre los que el vino de alguno de los que aquí escriben ocupan, visto lo visto en la humanidad, un lugar de privilegio. La noche dicen que engaña, que ilusiona. El miedo a la oscuridad. Lo siento: lo artificial es la pretendida luz humana que delimita formas, que atribuye soporte a la creencia en una falsa personalidad. Lo verdadero habita en la cueva de Platón, allí donde somos sin la forma que nos asigna un espacio/tiempo imaginario. Nos gusta consumir anécdotas, porque tal vez nuestro aparto digestivo del intelecto degluta mal la fortaleza de las categorías. El del espíritu es alérgico a la anécdota; solo asimila categorías.

Amaneceres. Eso deberíamos consumir para entender la noche. Vida para entender la muerte. Y no son frases retóricas nacidas del impulso de una madrugada de un viernes cualquiera de un mes cualquiera, aunque ayer mismo la luna fuera de belleza tan escandalosa que sería capaz de destruir bibliotecas enteras de los llamados científicos del alma. Dejaros ser, solo ser, ante un trozo de luna llena de Acuario y os lleváis por delante siglos de materialismo estéril. Sobre todo para que, al fin y al cabo, en los aceleradores de partículas los llamados científicos se muestren desbordados por la frustrante realidad de no conseguir localizar esa su primigenia materia, porque todo está lleno de vacío. Para ellos de vacío. Para mi de Vacío.

Os agradezco infinito vuestra colaboración en este post. Ayer fue un día de recuerdos de seres que transitaron esta forma. Cuando pueden en ti mas los recuerdos que las esperanzas, aunque vivas has muerto, porque subsistes como mero producto vegetativo. Si sustituyes la belleza del presente por la nostalgia del pasado estás cometiendo un sacrilegio con la existencia. Por eso he entendido que soy un producto afortunado de la vibración a la que llaman existir, porque he tenido la suerte de compartir espacio/tiempo con quien me demostró ser un gigante de la vida. Porque he tenido la oportunidad de probar que las cosas humanas menores son anécdotas (prisiones y honores) y las cosas humanas mayores (ser, Siendo) conforman la Categoría. Porque miro al pasado con la certeza del presente. Porque el recuerdo es el efluvio de una experiencia, no un lugar al que quiera ir. Porque cada instante de existencia sirve para eso, para centrarse en la categoría y darle a la anécdota el valor que merece. Nada mas. Sirva para saber que por potente que sea el pasado en calidad de recuerdos, mucho queda del presente en calidad de experiencia. Por poderosa que sea la experiencia del pasado no agota ni un miligramo de la potencia de la sensación de seguir vivo. Porque a todos nos han matado un perro. Pero yo no renuncio a sacar las esperanzas de la urna ni los anhelos del jarro. De hecho los saco a diario. Y los pienso seguir sacando. Porque ser vivo es seguir teniendo capacidades en plenitud. Y experimentarlas. Y ponerlas en práctica con nuestra conducta de cada mañana.

Si sientes que la existencia vibra a través de esas dos palabras a las que llamamos vida y muerte, ¿acaso alguien tendrá la fortaleza necesaria para sentirse un mero producto de la materia? Digo fortaleza porque, sinceramente, cada instante que pasa me resulta mas dicicil creer que puede renunciarse a la noción de lo Absoluto.

Bueno, pues perdonar este excursus hijo, como digo, de una madrugada de un día cualquiera en el que luna salió a darse un paseo por los campos de la almas humanas.