Desde Orense

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Orense, 19 de diciembre de 2008.

Hoy, lo confieso, ando algo cansado porque ayer fue un dia-paliza y cuando el calendario aprieta el cuerpo responde. Por cierto, llegué tarde para mis costumbres y apenas le di algo mas que una ojeada liviana al blog, pero me pareció que, con esos chirridos que producen los goznes de las puertas metálicas por mucho aceite que les untes, las cosas no derivaron por derroteros indeglutibles, sino que, esa sensación tengo, dejando a un lado lo que a un lado se deja, leí aportaciones de fondo, incluidas aquellas que se levantaban con los ladrillos del silencio retórico.Sentimos miedo de saber como somos; preferimos hablar de cómo nos gustaría ser,

Dentro de muy poco vuelvo a Madrid porque no me queda mas remedio. Entre unas cosas y otras creo que hoy poco os puedo contar. ¿La conferencia de ayer?. Sinceramente muy bien. ¿Qué es muy bien?. En la cantidad de gente que asistió disponemos de un dato, pero no es quizás el mas relevante. La atención durante un hora, los rostros y los silencios aportan mas sustancia. Los comentarios posteriores confeccionan mejor caldo. Al final una cena con pocos, muy pocos, seleccionados asistentes. Bien. Muy interesante. Un empresario con quien me unen afinidades curiosas evidenciadas entre rodaballo (ellos) y verduras (yo) planteó de cara y sin rubor el asunto de la transformación personal dentro del mundo carcelario. Obviamente es tema principal, como se decía de ciertas familias en los pueblos de antaño, y no son escasos los que se interesan por esa cuestión. Por ello tengo in mente -o algo mas- escribir un pequeño libro sobre ese recorrido. Pero en lo que ahora cuenta le dije que me considero un ser afortunado por una sencilla razón: porque me he podido demostrar a mi mismo como soy en un contexto capaz de evidenciarlo. Una cosa es decir como somos y otra comprobarlo. Un aserto como el “no soy mis cosas”, uno de mis favoritos, solo toma cuerpo y sustancia cuando se evidencia envuelto en experiencia. Por eso se como soy y por eso, precisamente por eso, soy bastante libre,además de que la red de mi existencia ya no se teje con intereses, sino sustancialmente con afectos. Ojo, con sentimientos, no con emociones. ¿Distintos son ambos?. Pues si, en mi opinión, bien distintos. Los sentimientos viven en el sintiempo del corazón; las emociones son de este costado de lo manifiesto.

Pues esa reflexion de la cena me trajo a colación una de mis máximas del libro Cosas del Camino que espero tengamos listo para Febrero/Marzo. Aqui os la dejo

“Alguien dijo: solo has llegado a conocerte plenamente, a arribar al fondo de tu interior, cuando percibes una casi insuperable sensación de asco. No es así al final del camino, pero suele acontecer en algunos descansaderos del recorrido”

Al redactar el prologo de ese pequeño libro me salió lo siguiente:

“Seguramente algo tendrá que ver con ese miedo terrible que en el fondo sentimos los que nos preciamos de conocer algo la verdadera condición humana, a la obra del hombre sobre la tierra, a sus reales atributos. Digo miedo, porque se siente miedo cuando se aventura que el resultado del viaje será cuando menos desagradable.
En una de estas percepciones escribí: “en el peregrinaje hacia el conocimiento de uno mismo hay que superar el asco y la tristeza que se produce al avanzar”. Ciertamente así es. A medida que penetramos en los recovecos del yo inferior la imagen que localizamos no puede provocar mas que ese tipo de sentimientos. Pero ese caminar no constituye el final del camino. Es únicamente un puente que resulta imprescindible atravesar, porque el verdadero Yo se encuentra en la otra orilla, y allí, precisamente allí, no habitan tales emociones inferiores, sino la quietud propia de lo indiferenciado.
Años mas tarde, almorzando con un monje cisterciense en un restaurante de Medinaceli, después de un primer encuentro en el Monasterio de Santa María de Huerta en el que se encontraba recibiendo un curso de Teología, y al que acudí a concretar con mi interlocutor los pormenores de mi segunda visita al monasterio de Sobrado dos Monxes, en la Galicia profunda, surgió la conversación del verdadero viaje interior que consistía, al decir del monje, en lograr el conocimiento de uno mismo, en la localización de nuestro verdadero yo. Asentí al aserto y seguramente por ello se decidió a preguntarme:
-¿Has llegado al conocimiento profundo de tí mismo?.
Admito que los ojos chisperaon de un modo especial al concluir la pregunta, pero no me alteré lo mas mínimo ni me afectó a la sinceridad de mi respuesta que consistió en un prudente tal vez, un posiblemente sí, pero que no podría asegurarlo, ante lo cual y sin variar un milímetro el tono de voz, conservando un modal apacible y un gesto sereno, preguntó:
-¿Has sentido asco de tí mismo?
La pregunta me sorprendió. Brutal, sin la menor duda, pero mas todavía al ser formulada sin la menor agresividad, como si se hubiera referido a mis habilidades para el canto o mi educación para cualquier instrumento musical.
Casi no respondí de alta voz; un gesto, un encogimiento de otros, un leve movimiento de ojos, no lo se…lo cierto es que el monje sin esperar mi respuesta sentenció con el aplomo de quien sabe que lo que pronuncia nace desde una clase de convicción que pocos pueden albergar en sus lugares mas recónditos:-
-Pues si no han sentido asco no has llegado a conocerte; así somos cuando verdaderamente nos vemos con la luz sincera de la humildad
Dejamos la conversación en ese punto. No quise penetrar mas allá en los corredores de semejante laberinto, a sabiendas de que soy terreno abonado, buen caldo de cultivo para que fermenten los microorganismos depredadores de la imagen bonacible del ser humano. Preferí que las tierras de Medinaceli y un trozo de cielo escondido detrás del arco romano que reside el acceso a la ciudad guardaran esos pensamientos”

Bueno os dejo, pero no solos, sino con esta máxima extraida de ese libro y que son del circulo de mis preferidas. Tal vez Fernando sintonice.

En el fondo de ti mismo no hay forma; Tampoco sustancia; ni siquiera tiempo. ¿Entonces, qué hay?. Ser, el Siendo.