Donde vivía antes de nacer y hacerme humano

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126arboles 2.1

Esta mañana he comprobado por mi cuenta que el blog de ayer, el referente a la egocentricidad y mística, despertó un interés en cierta medida inusitado, o, al menos, no esperaba esa participación debido a lo complejo de la temática. Me permití en un momento dado y ante la abundancia de entradas, el intento de recentrar el asunto en los términos del autor del libro. No porque constituyan un dogma, ni mucho menos, no porque sean posiciones de aceptación imperativa, sino porque en todo caso el debate reclama una definición de su objeto formal sobre el que verter las argumentaciones, al igual que sobre un objeto formal concentramos -o lo intentamos- nuestras energías cuando nos ponemos a esa dificil tarea a la que llamamos meditación. Aquí lo tenemos. Me refiero al debate. ¿Lenguaje proposicional versus lenguaje de escenas?. ¿Antes la razón que el lenguaje?. No lo veo, no lo veo. El sujeto no fragmenta, es el yo quien lo efectúa y ese yo deriva del lenguaje. El razonamiento como técnica del proceso mental no puede subsistir sin las palabras. “En demasiadas ocasiones eso que los humanos llaman pensar es solo agregar patrones de pensamiento no suficientemente reflexionados”. Esta frase figura en mi libro Cosas del Camino. Estoy convencido de que encierra verdad. Es la base del poder de la inducción. Y cuando las llamadas democracias descubrieron el gigantesco poder de la inducción, se convirtieron en Sistema. Es así como nace la Tríada Politica/Fiananza/Medios de comunicación. Tres personas y un solo poder verdadero, si nadie se irrita porque utilice esa expresión que pertenece a una dogmática religiosa concreta.

Os confieso que este asunto del nacimiento del lenguaje como mecanismo imprescindible para la división fragmentada de la llamada realidad es algo que me fascina desde tiempo atrás. Esa pregunta terrible que se formula de modo indirecto en las primeras páginas del libro, ese interrogante que eriza el interior cuando nos planteamos en qué momento comencé a decir “yo”, en qué instante me separé de lo que hasta ese preciso segundo permanecía como es, como un todo unitario, como un magma de contaminaciones, del que ya hemos comentado. No lo se, no puedo obviamente recordarlo, pero es sin duda un instante crítico en nuestro proceso de humanos.

En 2006, Julio, mi hija Alejandra tuvo su hijo. Al margen de otras consideraciones que no hacen al caso, no pude reprimirme y analizar su proceso evolutivo, seguirle por sus primera andaduras, tratando, como imaginais, de descubrir aquel instante en el que aparecería el yo, la separación, la construcción de una realidad a la medida de lo que llamamos humano. Creo que algo de eso ya aparecía mas o menos en el entorno del primer año de vida. Así que, siguiendo la impenitente manía de utilizar la escritura para dejar constancia de nuestra coas mas íntimas, escribí un libro. Se llamó Memorias de un año de vida. Se lo regalé a mi hija y a algunas de las personas mas allegadas de la familia. Cuando se lo entregué le echaron un vistazo y al comprobar la expresión de sus ojos después de este primer viaje por sus páginas, les dije algo así como que no se preocuparan en exceso, que estaba destinado a ser entendido cuando cumpliera 18 años, a lo que alguien desde el fondo del salón contestó con un rotundo “no creo que ni cuando tenga cuarenta alcance a entenderlo del todo”.

Bueno pues os dejo unos fragmentos de lo escrito . Os pido indulgencia porque al fin y al cabo son cosas escritas por un niño antes de cunplir un año de vida

Mis padres vivían cerca de donde yo nací, en un sito al que llamaban casa Allí me llevaron a los dos días de que me nacieran. Los ojos físicos, mis ojos físicos, seguían cerrados.
Allí donde yo vivía se veía con los ojos del corazón
Por eso se veía sin formas, sin distancias, sin dimensiones, sin tiempo y sin espacio.
Solo lo manifiesto tiene forma
Solo la forma tiene espacio
Solo el espacio tiene tiempo
Antes de abrir los ojos, “yo” sabía todo eso
Poco a poco, al hacerme humano, se me iría olvidando
Poco a poco me percataba que para los humanos lo que
mas cuenta es la cantidad
En donde yo vivía se trataba de lo contrario: aumentar la
frecuencia de vibración para reducir la densidad, porque
es la manera de ascender
de asumir profundidad
La forma reclama medida, la medida peso,
el peso espacio…
pero solo es cuestión de tiempo
Fui acumulando materia dentro del arquetipo de la forma
prediseñada antes de mi nacimiento, ajustada a los pa-
trones de la manifestación para la especie.
Así continuaría al ritmo adecuado hasta la completa for-
mación de mi cuerpo físico.
Mas adelante, poco mas, comenzarían a nacer las emo-
ciones y con ellas se formaría mi cuerpo emocional.
Después me invadiría el pensamiento divisivo, el fraccio-
namiento del mundo con el lenguaje, y surgiría mi cuer-
po mental.
Por fin, quizás algún día podría ser consciente de mi
cuerpo psíquico.
Tal vez tomara conciencia plena de mi dimensión espiri-
tual.

Octubre

Mi ojos humanos comenzaron a abrirse y pude ver las
formas que constituyen lo que llaman realidad
Pero yo no la fragmentaba.
Veía todo como un solo mundo en el que sujetos y obje-
tos formaban una unicidad como manifestaciones simul-
táneas del siendo
Yo no sabía que significaba “yo”, ni “él”, ni “ellos”.
Después fue cuando aprendí que el el-otro es necesario
para que aparezca el yo.
Entonces sabía que era artificial.
Pero el pensamiento y el lenguaje lo exigen.
Por eso son divisivos.
Por eso son ilusorios.
Sus productos, tiempo y espacio, son solo convenciones.
Por ese camino cuanto mas humano mas misterio sin re-
solver
Los humanos se inundan de sinsentido
Y consumen creencias
que en la mayoría de las ocasiones son sólo convenien-
cias
Con ellas vuelven a dividirse
Y la división trae la violencia.
Difícil camino el del ser humano…..
Porque en los primeros movimientos de mi nueva sinfonía
vital humana, a pesar de que estaba encerrado en materia
corporal, a pesar de que iba ganando en densidad poco a
poco, todavía vivía en la predominancia del Espíritu, de
la Semilla encarnada, y su lógica, por así decir, era la que
presidía mis actos y comportamientos de aquellos días.
Por ejemplo, cuando veía una flor, me limitaba a verla, a
sentirla, pero sin nombrarla, sin explicarla. Ni siquiera
sabía que era flor. Entendía que era vida. Como lo era yo.
El diálogo entre la flor y yo carecía de toda sustancia ra-
cional. Bueno, en realidad no era diálogo, sino monólo-
go, porque cuando observaba la flor, yo era flor y la flor
era yo, porque no existía diferencia entre lo observado y
el observador. Y eso era posible porque todavía la perso-
nalidad no forjó un irreal yo que separara al mundo como
cosa diferente a sí mismo. Claro que sería solo cuestión
de tiempo.
Vivía instalado en el siendo. Ni siquiera en el instante,
Porque eso que llaman instante es solo una nueva frag-
mentación arbitraria del tiempo, ahora no física sino
mental.

Me proyectaban unas imágenes en un lugar que llama-
ban vídeo. Eran formas, colores y sonidos. Y yo los
contemplaba. Me absolvía en ellos. No diferenciaba,
claro está, el rojo del verde, el amarillo del azul..
Bueno, quiero decir que no los nombraba como tales,
porque para mi eran color, esto es, vibración de la luz,
y según sus diferentes intensidades y tonos percibía las
distintas vibraciones.
Lo mismo sucedía con las formas. Yo sabía que la forma
preexiste a la materia, a la manifestación. La forma vive
en un lugar diferente, en un plano distinto. Antes de
que yo naciera, yo era sin yo, y para nacer necesitaba
antes que nada una forma ideal que preexistía al conti-
nente material. Por eso sabía que la forma es anterior a
lo manifiesto. Por eso me llamaban, me atraían las for-
mas que veía.
Y los sonidos….
La música era mi principal aliado en este transitar ha-
cia lo humano.
La Armonía en el lugar en el que vivía se componía de
Silencio
El Silencio es la Música del Absoluto.
Su color es ninguno.
Una Oscuridad Brillante, si quieres decirlo con alguna
palabra.
Yo sentía como la música, el sonido, es la vibración, el
estremecimiento del silencio.
En aquellos instantes de mi nueva vida todavía era ca-
paz de percibir, de sentir, de recordar los trozos de si-
lencio que habitan entre las notas de las melodías que
escuchaba.
Ese silencio…
Ese silencio era de la misma naturaleza que lo que se
siente en el espacio que se comprende entre inspirar y
expirar cuando respiramos.
Antes de volver a respirar, antes de volver a inhalar,
después justo de exhalar el aire, ahí hay un instante
-para entendernos- en el que nada sucede.
No hay música vital.
Hay silencio.
O mejor dicho: hay otro sonido.
Ese silencio, ese sonido…
La materia, un estremecimiento de la forma.
El color, un estremecimiento de la Luz.
La Luz, un estremecimiento de la Oscuridad Primor-
dial.
El sonido, un estremecimiento del Silencio.
¿Y yo?.
Un estremecimiento de la Vida