Hoy domingo me he acercado en bicicleta al quiosco del barrio de Aravaca en Madrid donde está “mi” quiosco. Durante 22 años he comprado los periódicos sin fallar un solo día, cuatro o cinco cada día, en una época llegué a comprar hasta ocho, pues también era preciso leer el Marca para ver si hablaba de las (entonces escasas) hazañas del Club Hielo Majadahonda. Si me iba de viaje, los dejaba encargados, y a la vuelta los miraba. Nunca he fallado en esos 22 años, entre 1986 y 2008. Desde hace dos años, apenas los compro, pero hoy he hecho una excepción y me he llevado cuatro, me he gastado un buen dinero, 10 euros. Luego los he despachado muy rápidamente, me he dado cuenta que ahora que estoy acostumbrado a leer la prensa en internet, se me hace cansino pasar tantas páginas…
En el quiosco la quiosquera hablaba con una cliente de lo “mal que estaba todo” y de que estaba harta, hasta el moño. La clienta asentía, como diciendo, “yo también”. La quiosquera es una mujer mayor, que lleva al pie del cañón muchos años. Su marido falleció hace diez años más o menos, y ahora lleva ella el peso del negocio. Madruga mucho, como es natural, y allí dentro está, atrincherada en su quiosco, a la espera de que lleguen los clientes con sus euros y sus cuitas. Andaban hoy muy enfadadas las dos por el estado de las cosas. Comentaban esto y aquello, refunfuñando con mucha energía y pasión, como resoplando por todos los poros. Cuando la clienta se ha ido, mientras la quiosquera me preparaba los cuatro periódicos con sus correspondientes dominicales y dvds varios, ha llegado otra clienta y más de lo mismo: qué mal está todo y a dónde vamos a parar, esto no hay quien lo aguante, y en ese plan.
Como veía que la conversación entre ambas se iba calentando, me he decidido a hacer un comentario positivo, a ver si cambiaba un poco el ambiente. Les he dicho algo así como “bueno, la verdad es que no está todo tan mal, hoy ya luce el sol después de la lluvia de ayer, está todo relimpio y los tres tenemos pinta de haber dormido muy bien y mejor aún desayunado, y usted señora además está bien guapa, así que no todo está tan mal”. La quiosquera y la señora han hecho un silencio de unos segundos, se han mirado, luego me han mirado mientras yo las sonreía y la cliente entonces ha dicho: “pues la verdad es que tiene usted razón, pero de algo tenemos que hablar, ¿no le parece?”
La conversación me recuerda a otra en el Hotel Ritz de Madrid, cuando en un cocktail de empresarios promovido por el diario Expansión me colé en la conversación entre dos presidentes de dos grandes compañías, los dos relucientes, orondos y elegantes en sus smokings negros. Era el año 2003, la economía crecía fuertemente y ambos presidentes llevaban ya desde 1996 (siete años) firmando las mejores cuentas de su historia, y batiendo cada año al anterior en ventas y márgenes. Sin embargo, los dos andaban muy serios diciendo que las cosas iban muy mal y que quién les iba a asegurar que la demanda se mantendría a ese nivel en 2004 y no digamos en 2005. A mi los dos me recordaron al hombre de negocios de El principito, ese que andaba agobiado contando las estrellas sin saber siquiera que eran estrellas…
La verdad es que, efectivamente, “de algo tenemos que hablar”, como me ha dicho la clienta esta mañana, pero si nos fijamos un poco en lo que ocurre a nuestro alrededor hay una gran predilección para hablar de lo malo, “de lo mal que está todo” (aunque las cosas no estén tan mal). A mi ya me llamaba la atención en mis años de niño, hace 40 ya, en la que mucha gente era muy pesimista. Yo tenía días buenos y malos, como es natural en la vida, pero había muchos buenos en los que sentía esa alegría especial que me empujaba a correr y a cantar, esa alegría profunda que con el tiempo he descubierto que es la alegría del alma. Pero ahí estaba una parte importante de mi mundo circundante, para el que todo estaba mal siempre o casi siempre.
Poco a poco, de tanto hablar de lo malo, el rictus de las personas va cambiando e imperceptiblemente los rostros van cogiendo una expresión apagada, como malhumorada. La frescura y la lozanía de la juventud se pierden enseguida, ante el peso de los pensamientos y los comentarios negativos. Hablamos mucho de que la energía sigue al pensamiento, y con tanta frecuencia nuestro pensamiento es tan limitado y tan tristón que crecientemente la energía que emana de nosotros es como una nube negra, que nosotros no vemos… ¿Qué nos ocurre, por qué nos encanta recrearnos en lo malo, en lo negativo? ¿Por qué, como sociedad, en vez de celebrar tantas y tantas cosas buenas nos centramos en lo malo?
Yo lo veo todos los sábados en Carrefour cuando hago la compra, pues voy muy atento mirando la expresión de las personas, formando mis pequeñas y poco científicas estadísticas, que me dicen que el 70 o el 80% de la gente va con expresión muy seria, como enfadada y con poca “correa”, dispuestos a saltar a la mínima (normalmente con el familiar que llevan al lado, es muy curioso lo mal que nos tratamos los unos a los otros en las propias familias. No te digo si el niño se cae a suelo, la mitad de las madres en vez de ayudarle le forrarán a tortas y le llamarán “tonto, a ver si no te caes” antes de levantarle tirando del brazo como si fuera un muñeco roto). Y por lo que veo todos salen (todos salimos) con el carro de la compra lleno de cosas en un mundo que a pesar de las dificultades sigue siendo muy abundante…
En los últimos cinco años he viajado bastante por la India. De India hemos hablado mucho en el Foro, a partir de la experiencia de los queridos payasos en Bombay y Calcuta. Allí viven 1.300 millones de personas, casi un quinto de la humanidad. Imagino que 900 ó 1.000 millones son pobres de solemnidad. Un amigo que lleva siete años de voluntario en Calcuta me dice que las cosas han mejorado allí, que antes era como 7 infiernos y ahora es solo como 3 infiernos, una mejora palpable sin duda… Si, ya se que el comentario está manido y que mal de muchos consuelo de tontos… pero cuando uno se pasea por el mundo la escala de valores se relativiza un poco. Por eso es bueno pasearse por el mundo.
Los condicionantes externos tienen su importancia, yo no lo niego. Cuando a uno no le llega la tesorería para pagar las nóminas de la empresa, se suda tinta china y no se duerme. La vida está llena de situaciones azarosos, difíciles y también trágicas. Pero también tiene su lado amable, su lado amabilísimo. Y curiosamente, cuando vienen difíciles normalmente sale lo mejor nuestro. Y es que no podemos vivir pegados a los condicionantes externos, no podemos depender al 80 o al 90% de lo que ocurre fuera. Los amantes del fútbol lo expresan bien: se deprimen si pierde su equipo. Vaya memez, deprimirse por eso. Y es que cuando uno está fuerte interiormente, cuando uno desarrolla la ecuanimidad, la importancia de los condicionantes externos empieza a disminuir, y empiezan a aflorar visones de la vida más amables, en las que la aceptación (que no la resignación), el silencio, la calma, la tranquilidad, la esperanza, la alegría empiezan a sustituir al desasosiego permanente que vemos con tanta frecuencia. Se escuchan entonces los pájaros que nunca se habían escuchado.
Y para estar fuerte interiormente se requiere trabajar en ello. Es algo que depende en buena parte de nosotros mismos. Si vivimos las virtudes, iremos fortaleciéndonos poco a poco, disminuyendo nuestro ego y dando expresión, aquí en la tierra y desde esta materia en la que estamos encerrados, a nuestro ser. Hay que quitar horas a la televisión y a las conversaciones insustanciales, y sustituirlas por silencio y por lecturas elevadas. Más Platón y menos prozac, como decía aquel buen libro. Todo está ya escrito desde Patanjali. El hombre tiene a su alcance la posibilidad de vivir con mucha mayor calma y propósito, en armonía, aunque el mundo circundante no esté en armonía. Es urgente que cuando nos venga la necesidad del “de algo tenemos que hablar” sea de cosas hermosas y elevadas. Poco a poco ese hábito nos llenará de serenidad y algún día de sabiduría. El pensamiento crea universos, y nosotros somos los responsables de ese pensamiento y de nuestro universo. Cuanto antes empecemos, antes comenzaremos a hollar el largo camino de la liberación.
De algo tenemos que hablar,
Que bonito artículo Joaquín!
Hace años lei un libro corto de autoayuda/motivación, llamado ‘Fish’. Me quedé con un mensaje, una moraleja: la actitud ante la vida la elige uno mismo, por muy mal que estén las cosas fuera. Otro ejemplo es la extraordinaria película de Roberto Begnini, ‘La Vida es Bella’. Recuerdo como Guido es capaz no sólo de vivir con esa alegria, sino también de transmitirla a sus seres queridos en las peores circunstancias.
Ojala en los malos momentos todos nos acordasemos de la alegría del alma que mencionas en tu articulo. Ojala fueramos capaces no sólo de vivirla, sino también de contagiarla. Sin duda haríamos de esta sociedad, de este mundo, un sitio aún un poquito mejor!
Muchas gracias por compartir con nosotros y transmitirnos esa alegria!
Gracias a ti por tus líneas.
Si, bellísima y delicada película la de Begnini, un monumento a la vida y al amor por el hijo.
Bonito recordarla para traerla siempre a nuestras vidas y empezar a entender qué es eso de la fraternidad.
Gracias.