Asumo y admito sin pesar el coste de escribir sobre aspectos de nuestra crisis económica. Me refiero a la calificación de pesimista estructural con la que los optimistas profesionales, sean del costado que sean, aplican a quienes se encargan de describir eso que llamamos realidad. Vamos, lo que tenemos entre manos, lo que nos afecta diaria e impenitentemente en nuestro quehacer, como individuos y como profesionales. Pues, como digo, lo asumo, porque es el coste de expresar la visión de una realidad que no es en absoluto placentera. Así que aceptado. Aunque admito que puedo estar equivocado.
En EEUU acaban de reconocer, por lo visto, mejor dicho, por lo leído, que pecaron de optimismo. Creyeron que con 787.000 millones de dólares, una cifra mas que astronómica, casi astrológica, los problemas entrarían en una vía rápida de solución. El dinero es muy poderoso, nadie lo duda, pero no es omnipotente. Sobre todo cuando se trata de cantidades ingentes de masa monetaria artificialmente creadas, dinero de “darle a la máquina”, que no se corresponde con una previa creación de riqueza. Quien ha hecho el reconocimiento es, precisamente, el Vicepresidente de EEUU, Biden, no uno cualquiera. Un politico, vamos, no un funcionario encargado de elaborar informes de coyuntura . “No supimos interpretar lo mal que estaba la economía”. Eso ha dicho.

Existe una realidad muy diferente para muchos de los que se encuentran en el grupo de edad comprendido entre los treinta y los cuarenta a la que planteaba la conocida serie de televisión. Si ésta reflejaba la vida de un grupo de personas con alto poder adquisitivo y una carrera profesional exitosa, aquellos se enfrentan en un porcentaje bastante elevado a enormes dificultades a la hora de dar el salto desde la pequeña a la gran empresa.
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Hace unas semanas con motivo de ese breve y precioso viaje por la India nos cruzamos con muchos motocarros en las populosas carreteras de Gujarat y Rajasthan. Son vehículos diseñados para conductor y dos pasajeros y en los que se apiñan, unas encima de otras, 10 ó 12 personas.
El problema de la veracidad siempre nos ha perseguido. Los filósofos desean ser sabios y los sabios desean silencio, porque únicamente desde esa genial impostura, piensan ellos, nos podemos maravillar ante la creación, la inmensidad, lo inabarcable. De ahí que el mundo no avance. Los sabios, callados ante la herencia del silencio, fingen mirar al mundo, sin ser del mundo, suponiendo que la veracidad del mismo consiste en vernos más allá de la existencia.